La directora catalana Isabel Coixet ha mostrado tener buena mano para conducir historias accesibles pero intensas y decididamente alejadas de fáciles esquemas comerciales. Como muestra de ello basta ver su nueva película, en la que se reflexiona sobre temas poco comunes en el cine, pero constantes en la experiencia humana.
Por lo general encuentro divertidas la incompetencia con la que los distribuidores (o quien sea el culpable) traduce al español (al menos en México) los títulos de películas extranjeras; pero en el caso de La Elegida no es tan gracioso, pues en su inepto título ignora un importante elemento narrativo. El título original, Elegy, se traduce como Elegía... un poético lamento que anuncia la pérdida de algo... o de alguien. Ese simple detalle es importante para entender la película, y podría ser esencial para quienes queden decepcionados por su lento ritmo y solemne tono.
La historia se centra en David Kepesh (Ben Kingsley), un maduro profesor universitario de considerable estatura académica, que es frecuentemente invitado a discutir temas sentimentales desde un punto de vista científico y analítico. Sin embargo, su vida personal no es del todo satisfactoria, pues el miedo que siente por la soledad se ve en constante conflicto con su temor al compromiso de un serio romance. Desde hace años mantiene una relación meramente sexual con su amiga Carolyn (Patricia Clarkson), pero en el atardecer de su vida es obvio que David añora algo más profundo. Entonces conoce a Consuela Castillo (Penélope Cruz), joven y guapa estudiante universitaria que se ve naturalmente atraída por la madurez e intelecto de su profesor. Y así comienza una relación en la que ambos participantes descubrirán cosas nuevas sobre sí mismos, sobre la vida, y sobre el difuso significado del amor.
El protagonista de Elegía usa rebuscado intelectualismo para atraer a Consuela, y en cierto modo me pareció que la película usa el mismo truco con el espectador. Sus solemnes diálogos y reflexivas ideas sugieren considerable madurez intelectual, pero, al igual que ocurre con el profesor Kepesh, siempre albergué en mi conciencia la sospecha de que todo es un metódico truco, muy pulido y ensayado para capturar incautos fácilmente impresionados con la mera apariencia de inteligencia. En otras palabras, estimo posible que la película se crea más inteligente de lo que realmente es. Eso no es intrínsecamente malo, especialmente cuando tiene el considerable respaldo de un elenco brillante... pero resiento un poco que trate de usar ese truco como excusa de su lento ritmo y afectadas situaciones.
Otra atenuante es que, con trucos o sin ellos, el protagonista es fascinante por su complejidad emocional. Detrás de su sofisticación y prudente auto-análisis se percibe una vulnerabilidad que a fin de cuentas moldea su comportamiento más que cualquier otro atributo. Su obsesión con la joven Consuela va más allá del considerable atractivo físico, y no sólo funciona como una celebración de su experiencia, sino también como un desesperado esfuerzo por aferrarse al último vestigio de juventud que amenaza con desaparecer con la inevitable llegada de la vejez. El personaje está bien escrito, pero Ben Kingsley lo eleva a insospechados niveles con su comprensión de cada aspecto en su personalidad, apariencia y motivación. Penélope Cruz es una fantástica actriz por derecho propio, pero esta vez no me impresionó tanto; no sé si haya sido por la arrolladora presencia de Ben Kingsley, o porque comparativamente Consuela se siente menos definida y profunda; un rostro atractivo y sincero (pero no demasiado fiel) con genuino afecto por alguien a quien admira, aunque no necesariamente ama. Patricia Clarkson es fantástica, como siempre, aunque su corta participación parece desperdiciada en un papel periférico, más importante por lo que dice del protagonista que por sí mismo. Igualmente reducida es la presencia del genial Dennis Hopper en una rara actuación seria y honesta, aunque no exenta de su irreverente humor.
La parsimoniosa dirección de Coixet demuestra que tiene confianza en su público, evitando juiciosamente estridentes escenas dramáticas o lacrimosos "duelos de actuación". La historia se desarrolla con sobriedad y elegancia, sin perder impacto emocional... aunque, como dije previamente, no pude dejar de sentir una cierta pretensión que desmerita parcialmente sus logros. Por otro lado, es prudente tomar en cuenta mi personal inmadurez, y la escasa tolerancia que siento por historias de exaltada pasión que están más allá de mi comprensión y experiencia personal (no me compadezcan, por favor). Comprendo y aprecio su interés narrativo, pero usualmente me cansa el desfile de emociones ilógicas y malas decisiones impulsadas por puro instinto, sin un asomo de raciocinio.
No obstante, Elegía se gana una merecida recomendación por el controlado tono con el que maneja sus amplias ideas, evitando incursiones en el sentimentalismo al mismo tiempo que mantiene un cálido tono de honesta humanidad. Pero sobre todo la recomiendo por el sobresaliente trabajo de su actor protagónico; tan sólo por Ben Kingsley vale la pena ver esta densa película, recordando que su interpretación está respaldada por un sólido guión y por la sensata dirección de Coixet. Creo que Elegía me gustó un poco menos que The Secret Life of Words, pero más que My Life Without Me. De cualquier modo será un placer seguir la carrera de esta directora, pues aunque no siempre sepa apreciar las sutilezas de su trabajo, sin duda disfruto su oblicua perspectiva y su talento para crear personajes únicos y a la vez familiares. Su evidente integridad me hace confiar en que seguirá por el mismo camino.
Calificación: 8
lunes, 16 de marzo de 2009
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