Aunque hay más de dos siglos de diferencia entre los personajes de Dangerous Liaisons y La Edad del Deseo es imposible negar la conexión entre ambas cintas, no solo porque ambas retratan "escandalosos" romances de la aristocracia, sino porque también cuentan con la poderosa presencia de Michelle Pfeiffer y la precisa dirección del talentoso Stephen Frears. Sin embargo la comparación se vuelve perjudicial cuando contrastamos el impacto emocional y sardónico humor de la primera con el insulso romance e irritantes personajes de la segunda.
La Edad del Deseo se ubica en Francia a principios del siglo veinte, donde encontramos a dos cortesanas (refinadas prostitutas de alto nivel, con reyes, príncipes y duques entre su larga lista de "clientes") disfrutando el ocaso de su profesión y las considerables ganancias que acumularon a lo largo de los años. Charlotte (Kathy Bates) vive feliz en compañía de su hijo Chéri (Rupert Friend), un joven mimado y pusilánime que nunca ha madurado, mientras que Lea (Michelle Pfeiffer), viendo los avances de la edad, empieza a sentir la soledad que se cierne sobre el resto de sus días. Por eso decide impulsivamente comenzar una relación con Chéri, a la que su madre no se opone, pues quizás así el disipado muchacho se convertirá en hombre. Sin embargo seis años después la situación no ha cambiado significativamente y, deseosa de tener nietos, Charlotte arregla el matrimonio de Chéri con la joven Edmée (Felicity Jones), hija de otra acaudalada cortesana. Entonces Lea se da cuenta de que cayó en el más grave error de su profesión: enamorarse.
No puedo negar que La Edad del Deseo me mantuvo entretenido, pero honestamente me decepcionó por su frivolidad y blanda historia. Debido a la reputación de la novelista Colette (cuyos libros Chéri y The Last of Chéri inspiraron el libreto), el calibre de Stephen Frears como director, y el formidable equipo de Michelle Pfeiffer y Kathy Bates, yo esperaba algo más incisivo, pasional e ingenioso. En otras palabras, más Oscar Wilde y menos Barbara Cartland. Para empezar, encontré poco creíble el romance entre la sofisticada Lea y el vacuo Chéri, quien se mantiene como un hueco emocional durante la película entera, incapaz de expresar sus sentimientos o de generar simpatía con el espectador. Quizás en los libros funcionó mejor este extraño personaje; o quizás se justifica por algún torcido aspecto edípico del romance, donde la soledad de la mujer se complementa por la vulnerabilidad de su "protegido", traduciendo el instinto maternal de Lea en la manipulación sexual que manejó toda su vida (después de todo, la novelista Colette tuvo una relación con su hijastro, así que quizás haya matices autobiográficos en la historia). No sé... el punto es que me irritó la pasividad de Chéri y su caprichoso comportamiento (me arriesgaré a especular que los fans de estos libros prefieren los gatos en vez de los perros).
A pesar de todo, La Edad del Deseo cobra vida brevemente durante los encuentros verbales entre Michelle Pfeiffer y Kathy Bates. Como dije, no están al nivel de Oscar Wilde, pero nos dan la oportunidad de apreciar las actuaciones de ambas actrices y su perfecta modulación de elogios hostiles e insultos amables, en una especie de guerra pasivo-agresiva que resultó muy entretenida y frecuentemente hilarante. Además, para quienes gusten de esas cosas, podemos contar con el decadente diseño de producción y el excelente ojo de Frears para los detalles históricos, desde la tecnología accesible para la alta sociedad (como los primitivos vehículos y teléfonos) hasta los decorados proto-Art Nouveau (no se si existe tal clasificación, pero así interpreté las maravillosas locaciones francesas e italianas). Entonces, La Edad del Deseo no se acerca siquiera al nivel de Dangerous Liaisons, pero ofrece algunas de sus virtudes: buenas actuaciones, sólida dirección y riqueza visual. Desafortunadamente sus limitaciones fueron más notorias que sus atributos y, aunque puedo recomendarla para fans del romance histórico, carece de la fuerza o intensidad para quedarse en la memoria. Definitivamente un caso donde menos no fue más.
Calificación: 6.5
domingo, 30 de mayo de 2010
sábado, 29 de mayo de 2010
El Príncipe de Persia: Las Arenas del Tiempo (Prince of Persia: The Sands of Time)
¿Cómo llegó exactamente el videojuego Prince of Persia a manos de Disney? No importa realmente. El daño está hecho gracias a la mano del productor Jerry Bruckheimer, cuya fórmula para crear "películas evento" sigue tan previsible como siempre: actores jóvenes y atractivos luchando por hacer creíble un argumento incoherente donde no hay propiamente drama, sino situaciones críticas que solo pueden resolverse con persecuciones, peleas y muchas acrobacias, todo ello aderezado con excesivos efectos especiales y los más añejos clichés del cine de aventuras que podamos imaginar.
El argumento de El Príncipe de Persia: Las Arenas del Tiempo es más o menos así: el benevolente Rey Sharaman de Persia (Ronald Pickup) queda impresionado por la valentía y generosidad del huérfano Dastan (Jake Gyllenhaal) y lo adopta como parte de la familia real. Años después, Dastan es injustamente acusado por la muerte del Rey; entonces debe huir con ayuda de la Princesa Tamina (Gemma Arterton) para descubrir al auténtico villano que planeó el asesinato de su padre... lo cual fue tan solo el primer paso de una conspiración para apoderarse de una daga con poderes mágicos, que podría darle el control del mundo a su poseedor.
Rellenando ese tenue argumento hay abundantes digresiones y tangentes cuya única intención es inflar la duración de la película y dar pie a las vistosas secuencias de acción que hicieron famosos a los videojuegos de la franquicia. Quizás sea buen momento de señalar que la última vez que jugué a conciencia Prince of Persia fue a principios de los noventas en una computadora Apple PowerBook, de modo que no estoy muy familiarizado con las recientes secuelas en las modernas plataformas, y por lo tanto no sería capaz de evaluar la fidelidad de la película respecto al material original. Lo que sí puedo decir es que sentí en los huesos la aterradora presencia de un ejército de guionistas convencidos de su capacidad para "mejorar" la historia escrita por Jordan Mechner, creador del videojuego mismo.
Entonces, habiendo establecido que la trama no basta para sostener El Príncipe de Persia: Las Arenas del Tiempo, habrá que conformarnos con el espectáculo y sus estrellas, comenzando por Jake Gyllenhaal, quien quedó mucho mejor de lo que yo esperaba como héroe de acción; Gemma Arterton, un poco más relevante aquí que en la tediosa Clash of the Titans; Ben Kingsley como el misterioso asesor del Rey; y Richard Coyle como el heredero de la corona, dividido entre su lealtad al cargo y la sed de venganza contra el hermano "traidor". Sin embargo la presencia más memorable corresponde a Alfred Molina, en el papel de un "sheik" que odia los impuestos y adora las avestruces. Su función es mero "comic relief", y de ningún modo llega al nivel del Capitán Jack Sparrow, pero añade considerable energía a la película y nos da un breve respiro del monótono pseudo-romance entre al Príncipe y la Princesa, y de los grandilocuentes parlamentos sobre dioses, destino, "el Templo del Guardián" y demás genéricos conceptos sacados de cualquier fantasía heroica.
Como sea, hay algunas sorprendentes acrobacias ("parkour" en el Medio Oriente... más parecido a Assassin's Creed, en mi humilde opinión), ingeniosas secuencias de batalla y tantos efectos digitales como pueden pagar los profundos bolsillos de Disney y Bruckheimer combinados. El problema es que, como hemos visto recientemente, los momentos más "emocionantes" de la película resultan ser los más aburridos, y lo más divertido son aquellas fugaces instancias de actuación o humor espontáneo que no costaron millones de dólares, sino que fueron conjuradas por simples actuaciones y honesta dirección. ¿Recibirán el mensaje los productores de estas mega-películas? Por supuesto que no. Pero, como público, tendremos que habituarnos a recibir esas moronas que caen accidentalmente del festín de excesos de Hollywood. Entonces, recomiendo El Príncipe de Persia: Las Arenas del Tiempo como modelo de "película de verano" (o invierno, para nuestros lectores australes): mucho ruido, poca sustancia y un par de sonrisas que se filtraron por accidente. Si este es el prospecto de los siguientes tres meses, creo que mejor me quedaré en casa, jugando todos los títulos que me he perdido de Prince of Persia; quizás así estaré mejor preparado para la secuela.
Calificación: 6.5
El argumento de El Príncipe de Persia: Las Arenas del Tiempo es más o menos así: el benevolente Rey Sharaman de Persia (Ronald Pickup) queda impresionado por la valentía y generosidad del huérfano Dastan (Jake Gyllenhaal) y lo adopta como parte de la familia real. Años después, Dastan es injustamente acusado por la muerte del Rey; entonces debe huir con ayuda de la Princesa Tamina (Gemma Arterton) para descubrir al auténtico villano que planeó el asesinato de su padre... lo cual fue tan solo el primer paso de una conspiración para apoderarse de una daga con poderes mágicos, que podría darle el control del mundo a su poseedor.
Rellenando ese tenue argumento hay abundantes digresiones y tangentes cuya única intención es inflar la duración de la película y dar pie a las vistosas secuencias de acción que hicieron famosos a los videojuegos de la franquicia. Quizás sea buen momento de señalar que la última vez que jugué a conciencia Prince of Persia fue a principios de los noventas en una computadora Apple PowerBook, de modo que no estoy muy familiarizado con las recientes secuelas en las modernas plataformas, y por lo tanto no sería capaz de evaluar la fidelidad de la película respecto al material original. Lo que sí puedo decir es que sentí en los huesos la aterradora presencia de un ejército de guionistas convencidos de su capacidad para "mejorar" la historia escrita por Jordan Mechner, creador del videojuego mismo.
Entonces, habiendo establecido que la trama no basta para sostener El Príncipe de Persia: Las Arenas del Tiempo, habrá que conformarnos con el espectáculo y sus estrellas, comenzando por Jake Gyllenhaal, quien quedó mucho mejor de lo que yo esperaba como héroe de acción; Gemma Arterton, un poco más relevante aquí que en la tediosa Clash of the Titans; Ben Kingsley como el misterioso asesor del Rey; y Richard Coyle como el heredero de la corona, dividido entre su lealtad al cargo y la sed de venganza contra el hermano "traidor". Sin embargo la presencia más memorable corresponde a Alfred Molina, en el papel de un "sheik" que odia los impuestos y adora las avestruces. Su función es mero "comic relief", y de ningún modo llega al nivel del Capitán Jack Sparrow, pero añade considerable energía a la película y nos da un breve respiro del monótono pseudo-romance entre al Príncipe y la Princesa, y de los grandilocuentes parlamentos sobre dioses, destino, "el Templo del Guardián" y demás genéricos conceptos sacados de cualquier fantasía heroica.
Como sea, hay algunas sorprendentes acrobacias ("parkour" en el Medio Oriente... más parecido a Assassin's Creed, en mi humilde opinión), ingeniosas secuencias de batalla y tantos efectos digitales como pueden pagar los profundos bolsillos de Disney y Bruckheimer combinados. El problema es que, como hemos visto recientemente, los momentos más "emocionantes" de la película resultan ser los más aburridos, y lo más divertido son aquellas fugaces instancias de actuación o humor espontáneo que no costaron millones de dólares, sino que fueron conjuradas por simples actuaciones y honesta dirección. ¿Recibirán el mensaje los productores de estas mega-películas? Por supuesto que no. Pero, como público, tendremos que habituarnos a recibir esas moronas que caen accidentalmente del festín de excesos de Hollywood. Entonces, recomiendo El Príncipe de Persia: Las Arenas del Tiempo como modelo de "película de verano" (o invierno, para nuestros lectores australes): mucho ruido, poca sustancia y un par de sonrisas que se filtraron por accidente. Si este es el prospecto de los siguientes tres meses, creo que mejor me quedaré en casa, jugando todos los títulos que me he perdido de Prince of Persia; quizás así estaré mejor preparado para la secuela.
Calificación: 6.5
viernes, 28 de mayo de 2010
El Secreto de sus Ojos
¡Por fin se estrenó en México esta película! Tras meses de recomendaciones y comentarios en exceso positivos, temí que mis expectativas hubieran crecido demasiado, y que la película me decepcionaría por no resultar tan buena como esperaba. Afortunadamente no fue así, pues aunque hubo algo de hipérbole en esas reseñas, la verdad es que se trata de una excelente película con inusual profundidad narrativa, visual y emocional. Mejor aún, es enormemente entretenida y satisfactoria en todos los niveles imaginables, y en mi humilde opinión, establece un nuevo estándar de calidad en el cine latinoamericano... para mala suerte de tantos cineastas que pretenden seguir explotando los patrocinios oficiales para filmar sus mediocres caprichos y previsibles refritos de éxitos norteamericanos.
El Secreto de sus Ojos gira en torno al brutal asesinato de una mujer en 1974. Impactado por el crimen, el investigador judicial Benjamín Esposito (Ricardo Darín) lucha incansablemente por encontrar al asesino, con ayuda de su fiel amigo Pablo Sandoval (Guillermo Francella) y su comprensiva superior Irene Menéndez (Soledad Villamil). Sin embargo los frecuentes obstáculos administrativos y la corrupción gubernamental en Buenos Aires conspiran contra su labor, haciendo muy difícil que se cumpla la justicia. Paralelamente seguimos a Esposito, veinticinco años después, cuando ya está retirado y contemplando escribir una novela basada en aquel crimen. Pero las conversaciones y remembranzas que comparte con su ex-jefa Irene empiezan a remover el pasado, y lo inspiran a continuar la investigación para tranquilidad de su conciencia. Sobra decir que sus buenas intenciones tendrán algunas sorpresivas consecuencias... y no necesariamente relacionadas con el asesinato.
Mientras me envolvía El Secreto de sus Ojos, estuve pensando que su argumento tiene el metódico ritmo y rica complejidad de una buena novela, y no fue sino hasta los créditos cuando me enteré de que, efectivamente, está basada en el libro La Pregunta de sus Ojos, de Eduardo Sacheri. Sin embargo, siento que la película es tan buena que prefiero no leer su inspiración literaria, para quedarme con el recuerdo de una historia redonda, impecablemente armada y convertida en imágenes con sobria sensibilidad e intensa pasión. Como todo buen relato, El Secreto de sus Ojos parece enfocarse en un asunto concreto, cuando en realidad abarca mucho más de lo que aparenta. Su ostensible foco narrativo es la búsqueda de un asesino, pero al mismo tiempo presenciamos la voluble relación entre los investigadores, donde encontramos incluso mayor impacto emocional que en el más tradicional argumento policíaco. Y, por si fuera poco, aún hay lugar para algunas críticas periféricas sobre los problemas políticos que experimentó Argentina en los setentas (¿y ochentas?). Al mismo tiempo me sorprendió que, a pesar de sus graves temas, El Secreto de sus Ojos fuera inesperadamente graciosa. Desde luego no es una comedia, pero su argumento está salpicado de humorísticos detalles que afloran en donde menos lo imaginamos. Este tipo de humor, generado por la actitud de los personajes, se siente casual, honesto y hasta íntimo, pues contribuye a que los conozcamos mejor, comprendamos su punto de vista y asimilemos su interpretación del entorno que los rodea.
En lo que se refiere al cine, dicen que "el 50 por ciento de la dirección está en la selección de actores", y viendo El Secreto de sus Ojos es imposible dudarlo. El elenco completo es perfecto, y no hay un eslabón débil que demerite su labor. Ricardo Darín y Soledad Villamil ganan la bien merecida gloria por sus detalladas interpretaciones, doblemente impresionantes por mostrar distintos períodos en la vida de sus personajes, sin caer en excesos histriónicos ni respaldarse excesivamente en trucos de maquillaje (que sí los hay, y son muy efectivos). Esta es la clase de transformación con la que sueñan los actores de Hollywood, pues no vemos "actuaciones", sino personas vivas y reales, con el peso de sus experiencias y emociones claramente visibles en sus ojos, sus actitudes y hasta en su simple presencia física. Por otro lado, tampoco sería justo ignorar el tremendo trabajo de los actores secundarios, empezando por Guillermo Francella como el alcohólico pero sagaz amigo del protagonista, y Pablo Rago como el esposo de la mujer fallecida, cuyos sentimientos son más evidentes entre más trata de ocultarlos. Como dije, no hay un actor mediano en la película; todos están a la altura del excelente libreto.
Será mejor detenerme antes de "inflar" aún más la película con párrafos de repetitivos elogios. Baste decir que ni siquiera he mencionado la cálida cinematografía de Félix Monti y los increíbles efectos especiales que ayudaron a construir un asombroso plano secuencia ubicado en un estadio, que me recordó una proeza similar (si no en duración, al menos en suspenso) en Children of Men. Si tuviera alguna queja es que en algunos momentos (muy breves) la película me pareció cansada; tampoco funcionó para mi la escena donde alguien confiesa. Y, ya que entramos en detalles, hay una importante frase casi al final de la película que no entendí porque se dice como un susurro... lo cual está justificado por la escena, pero no impidió que me quedara con la duda, al igual que muchos otros espectadores que empezaron a comentar "¿Qué dijo?" (de cualquier modo es fácil encontrar la respuesta en Internet). Pero bueno... son trivialidades que en nada empañan la experiencia de El Secreto de sus Ojos. Entonces, por si no quedó claro, la recomiendo con entusiasmo, y solo lamento que de ahora en adelante será todavía más difícil tolerar aquellas mediocres producciones nacionales que ni siquiera aspiran al nivel formal o temático de esta inusual obra. El Oscar que ganó hace un par de meses (como "Mejor Película Extranjera") no me hace recuperar la fe en esos inflados premios, pero sin duda señala un paso en la dirección correcta, recompensando genuino talento en vez de fácil popularidad. Además, no quiero pensar lo que hubiera tardado en llegar a México si no lo hubiera ganado.
Calificación: 10
El Secreto de sus Ojos gira en torno al brutal asesinato de una mujer en 1974. Impactado por el crimen, el investigador judicial Benjamín Esposito (Ricardo Darín) lucha incansablemente por encontrar al asesino, con ayuda de su fiel amigo Pablo Sandoval (Guillermo Francella) y su comprensiva superior Irene Menéndez (Soledad Villamil). Sin embargo los frecuentes obstáculos administrativos y la corrupción gubernamental en Buenos Aires conspiran contra su labor, haciendo muy difícil que se cumpla la justicia. Paralelamente seguimos a Esposito, veinticinco años después, cuando ya está retirado y contemplando escribir una novela basada en aquel crimen. Pero las conversaciones y remembranzas que comparte con su ex-jefa Irene empiezan a remover el pasado, y lo inspiran a continuar la investigación para tranquilidad de su conciencia. Sobra decir que sus buenas intenciones tendrán algunas sorpresivas consecuencias... y no necesariamente relacionadas con el asesinato.
Mientras me envolvía El Secreto de sus Ojos, estuve pensando que su argumento tiene el metódico ritmo y rica complejidad de una buena novela, y no fue sino hasta los créditos cuando me enteré de que, efectivamente, está basada en el libro La Pregunta de sus Ojos, de Eduardo Sacheri. Sin embargo, siento que la película es tan buena que prefiero no leer su inspiración literaria, para quedarme con el recuerdo de una historia redonda, impecablemente armada y convertida en imágenes con sobria sensibilidad e intensa pasión. Como todo buen relato, El Secreto de sus Ojos parece enfocarse en un asunto concreto, cuando en realidad abarca mucho más de lo que aparenta. Su ostensible foco narrativo es la búsqueda de un asesino, pero al mismo tiempo presenciamos la voluble relación entre los investigadores, donde encontramos incluso mayor impacto emocional que en el más tradicional argumento policíaco. Y, por si fuera poco, aún hay lugar para algunas críticas periféricas sobre los problemas políticos que experimentó Argentina en los setentas (¿y ochentas?). Al mismo tiempo me sorprendió que, a pesar de sus graves temas, El Secreto de sus Ojos fuera inesperadamente graciosa. Desde luego no es una comedia, pero su argumento está salpicado de humorísticos detalles que afloran en donde menos lo imaginamos. Este tipo de humor, generado por la actitud de los personajes, se siente casual, honesto y hasta íntimo, pues contribuye a que los conozcamos mejor, comprendamos su punto de vista y asimilemos su interpretación del entorno que los rodea.
En lo que se refiere al cine, dicen que "el 50 por ciento de la dirección está en la selección de actores", y viendo El Secreto de sus Ojos es imposible dudarlo. El elenco completo es perfecto, y no hay un eslabón débil que demerite su labor. Ricardo Darín y Soledad Villamil ganan la bien merecida gloria por sus detalladas interpretaciones, doblemente impresionantes por mostrar distintos períodos en la vida de sus personajes, sin caer en excesos histriónicos ni respaldarse excesivamente en trucos de maquillaje (que sí los hay, y son muy efectivos). Esta es la clase de transformación con la que sueñan los actores de Hollywood, pues no vemos "actuaciones", sino personas vivas y reales, con el peso de sus experiencias y emociones claramente visibles en sus ojos, sus actitudes y hasta en su simple presencia física. Por otro lado, tampoco sería justo ignorar el tremendo trabajo de los actores secundarios, empezando por Guillermo Francella como el alcohólico pero sagaz amigo del protagonista, y Pablo Rago como el esposo de la mujer fallecida, cuyos sentimientos son más evidentes entre más trata de ocultarlos. Como dije, no hay un actor mediano en la película; todos están a la altura del excelente libreto.
Será mejor detenerme antes de "inflar" aún más la película con párrafos de repetitivos elogios. Baste decir que ni siquiera he mencionado la cálida cinematografía de Félix Monti y los increíbles efectos especiales que ayudaron a construir un asombroso plano secuencia ubicado en un estadio, que me recordó una proeza similar (si no en duración, al menos en suspenso) en Children of Men. Si tuviera alguna queja es que en algunos momentos (muy breves) la película me pareció cansada; tampoco funcionó para mi la escena donde alguien confiesa. Y, ya que entramos en detalles, hay una importante frase casi al final de la película que no entendí porque se dice como un susurro... lo cual está justificado por la escena, pero no impidió que me quedara con la duda, al igual que muchos otros espectadores que empezaron a comentar "¿Qué dijo?" (de cualquier modo es fácil encontrar la respuesta en Internet). Pero bueno... son trivialidades que en nada empañan la experiencia de El Secreto de sus Ojos. Entonces, por si no quedó claro, la recomiendo con entusiasmo, y solo lamento que de ahora en adelante será todavía más difícil tolerar aquellas mediocres producciones nacionales que ni siquiera aspiran al nivel formal o temático de esta inusual obra. El Oscar que ganó hace un par de meses (como "Mejor Película Extranjera") no me hace recuperar la fe en esos inflados premios, pero sin duda señala un paso en la dirección correcta, recompensando genuino talento en vez de fácil popularidad. Además, no quiero pensar lo que hubiera tardado en llegar a México si no lo hubiera ganado.
Calificación: 10
jueves, 27 de mayo de 2010
Cine Clásico: They Might Be Giants (1971)
Uno de los más fascinantes personajes en la mitología moderna es sin duda Sherlock Holmes y, como corresponde a todo héroe literario, sus aventuras fueron llevadas al cine prácticamente desde el momento de su creación, comenzando por la epónima Sherlock Holmes, de 1916. Desde entonces el famoso detective creado por Sir Arthur Conan Doyle ha aparecido en más de doscientos programas de televisión, series radiales y películas, incluyendo las que interpretó Basil Rathbone entre 1939 y 1946, consideradas por muchos como la versión definitiva del personaje. Sin embargo, hay muchas interesantes variantes que no necesariamente siguieron al pie de la letra la adusta prosa de Doyle; sin ir muy lejos, la reciente Sherlock Holmes (de Guy Ritchie) ofreció una interesante perspectiva con más énfasis en la acción y con el genial Robert Downey, Jr. apropiándose del papel; sin embargo mi Holmes favorito sigue siendo el gran George C. Scott en la bizarra, pero muy entretenida They Might Be Giants.
La trama se ubica en Nueva York, en época actual (o "actual" al momento de filmarse la película, a principios de los años 70s). El protagonista es Justin Playfair (George C. Scott), exitoso abogado que perdió la razón tras el fallecimiento de su esposa, y por eso su ambicioso hermano Blevins (Lester Rawlins) quiere declararlo legalmente incompetente para controlar su fortuna. Pero no será tan fácil, pues la enfermedad de Justin es muy curiosa... el hombre está convencido de ser el legendario Sherlock Holmes, y no solo lo emula en su característica vestimenta, sino en su tremenda sagacidad mental, con la que asombra a los doctores que tratan de analizarlo. Desde luego "Holmes" desprecia cualquier ayuda médica, y solo quiere que lo dejen tranquilo para poder resolver un "caso" nuevo que exige su atención. Pero su opinión cambia cuando conoce a la psiquiatra encargada de atenderlo... cuyo nombre es nada menos que la Dra. Watson (Joanne Woodward). Entonces "Holmes" la adopta de inmediato como asistente y, con la confusa doctora a cuestas, comienza su investigación sobre la más reciente fechoría de su eterno enemigo, el Profesor Moriarty.
La primera mitad de They Might Be Giants es una maravillosa combinación de elegante humor, chispeantes diálogos e inteligentes homenajes al legado literario de Sherlock Holmes. Aunque el protagonista no siempre se toma la molestia de explicar sus procesos lógicos, es muy divertido presenciar su análisis de personas y situaciones para desentrañar misterios o resolver problemas... aunque sean tan triviales como abordar un taxi. Lo mejor de todo es que nunca estamos totalmente seguros de la locura de "Holmes"... desde luego es un hombre que adoptó una fantasía como mecanismo de defensa contra la pérdida de su esposa; pero también hay sutiles pistas que sugieren la existencia de una conspiración real, con un "Moriarty" detrás de los eventos que retrata la película, de modo que la historia nos va atrapando, hasta hacernos cómplices en la locura del protagonista, poniéndonos de su lado para que cumpla exitosamente su misión.
El problema (siempre hay un problema) llega con la segunda mitad de la película. Poco a poco la historia pierde cohesión y termina acercándose peligrosamente a la farsa, gracias a algunos momentos de torpe "slapstick" y a una conclusión que bordea en la incoherencia... aunque algunos le llamarían "realismo mágico". Como sea, me parece un error desperdiciar las firmes bases de la historia con una conclusión ambigua y nada satisfactoria. O quizás el director Anthony Harvey nos preparó una trampa, y todos los elementos cuidadosamente colocados para hacernos creer que la película se dirigía a un punto específico eran meras ilusiones; de ese modo sentimos una similar confusión a la que experimenta "Holmes" cuando sus planes no rinden los frutos esperados. O una tercera alternativa: Harvey simplemente no supo cómo terminar la película.
A pesar de ese considerable tropiezo, They Might Be Giants merece una cauta recomendación por el sobresaliente trabajo de George C. Scott y Joanne Woodward. Quizás no sean muy conocidos por las nuevas generaciones de cinéfilos, pero en su momento fueron enormes íconos de la pantalla grande, y con mucha razón. Además de sus impecables actuaciones individuales podemos disfrutar la traviesa química generada por su interacción, repleta de guiños al espectador pero sin dejarnos olvidar el nudo dramático y las consecuencias que amenazan a los protagonistas si llegara a derrumbarse el "castillo en el aire" de sus delirios detectivescos. Y, por si fuera poco, me encantó descubrir que, tras esa densa maraña de ideas, locura y misterios, persiste la esencia de Doyle mismo, con una sólida base intelectual adornada por humor y personajes vibrantes que capturan la imaginación del lector (o espectador).
Entonces, dista mucho de ser una película perfecta, pero sigo viendo con cariño They Might Be Giants por su irreverente pero preciso retrato de un Sherlock Holmes moderno y a la vez antiguo, con una actitud adecuada para la urbe contemporánea, sin olvidar el refinamiento del Londres victoriano. Supongo que podría llamársele "cinta de culto" con la implícita aceptación de fallas significativas que no alcanzan a destruir sus grandes virtudes... al menos desde el punto de vista de sus admiradores. Desafortunadamente el DVD se encuentra descontinuado, aunque algunos comerciantes lo venden a precios exorbitantes; por eso la mejor opción para verla parecen ser los canales de películas clásicas, donde puede descubrirse ocasionalmente como una piedra semi-preciosa de escaso valor material, pero alto nivel recreativo. No se si Arthur Conan Doyle hubiera aprobado este "frívolo" tratamiento de su creación; pero sin duda se hizo con la mejor intención de respetar su memoria. Si tan sólo Moriarty no hubiera arruinado el final...
Calificación: 8
La trama se ubica en Nueva York, en época actual (o "actual" al momento de filmarse la película, a principios de los años 70s). El protagonista es Justin Playfair (George C. Scott), exitoso abogado que perdió la razón tras el fallecimiento de su esposa, y por eso su ambicioso hermano Blevins (Lester Rawlins) quiere declararlo legalmente incompetente para controlar su fortuna. Pero no será tan fácil, pues la enfermedad de Justin es muy curiosa... el hombre está convencido de ser el legendario Sherlock Holmes, y no solo lo emula en su característica vestimenta, sino en su tremenda sagacidad mental, con la que asombra a los doctores que tratan de analizarlo. Desde luego "Holmes" desprecia cualquier ayuda médica, y solo quiere que lo dejen tranquilo para poder resolver un "caso" nuevo que exige su atención. Pero su opinión cambia cuando conoce a la psiquiatra encargada de atenderlo... cuyo nombre es nada menos que la Dra. Watson (Joanne Woodward). Entonces "Holmes" la adopta de inmediato como asistente y, con la confusa doctora a cuestas, comienza su investigación sobre la más reciente fechoría de su eterno enemigo, el Profesor Moriarty.
La primera mitad de They Might Be Giants es una maravillosa combinación de elegante humor, chispeantes diálogos e inteligentes homenajes al legado literario de Sherlock Holmes. Aunque el protagonista no siempre se toma la molestia de explicar sus procesos lógicos, es muy divertido presenciar su análisis de personas y situaciones para desentrañar misterios o resolver problemas... aunque sean tan triviales como abordar un taxi. Lo mejor de todo es que nunca estamos totalmente seguros de la locura de "Holmes"... desde luego es un hombre que adoptó una fantasía como mecanismo de defensa contra la pérdida de su esposa; pero también hay sutiles pistas que sugieren la existencia de una conspiración real, con un "Moriarty" detrás de los eventos que retrata la película, de modo que la historia nos va atrapando, hasta hacernos cómplices en la locura del protagonista, poniéndonos de su lado para que cumpla exitosamente su misión.
El problema (siempre hay un problema) llega con la segunda mitad de la película. Poco a poco la historia pierde cohesión y termina acercándose peligrosamente a la farsa, gracias a algunos momentos de torpe "slapstick" y a una conclusión que bordea en la incoherencia... aunque algunos le llamarían "realismo mágico". Como sea, me parece un error desperdiciar las firmes bases de la historia con una conclusión ambigua y nada satisfactoria. O quizás el director Anthony Harvey nos preparó una trampa, y todos los elementos cuidadosamente colocados para hacernos creer que la película se dirigía a un punto específico eran meras ilusiones; de ese modo sentimos una similar confusión a la que experimenta "Holmes" cuando sus planes no rinden los frutos esperados. O una tercera alternativa: Harvey simplemente no supo cómo terminar la película.
A pesar de ese considerable tropiezo, They Might Be Giants merece una cauta recomendación por el sobresaliente trabajo de George C. Scott y Joanne Woodward. Quizás no sean muy conocidos por las nuevas generaciones de cinéfilos, pero en su momento fueron enormes íconos de la pantalla grande, y con mucha razón. Además de sus impecables actuaciones individuales podemos disfrutar la traviesa química generada por su interacción, repleta de guiños al espectador pero sin dejarnos olvidar el nudo dramático y las consecuencias que amenazan a los protagonistas si llegara a derrumbarse el "castillo en el aire" de sus delirios detectivescos. Y, por si fuera poco, me encantó descubrir que, tras esa densa maraña de ideas, locura y misterios, persiste la esencia de Doyle mismo, con una sólida base intelectual adornada por humor y personajes vibrantes que capturan la imaginación del lector (o espectador).
Entonces, dista mucho de ser una película perfecta, pero sigo viendo con cariño They Might Be Giants por su irreverente pero preciso retrato de un Sherlock Holmes moderno y a la vez antiguo, con una actitud adecuada para la urbe contemporánea, sin olvidar el refinamiento del Londres victoriano. Supongo que podría llamársele "cinta de culto" con la implícita aceptación de fallas significativas que no alcanzan a destruir sus grandes virtudes... al menos desde el punto de vista de sus admiradores. Desafortunadamente el DVD se encuentra descontinuado, aunque algunos comerciantes lo venden a precios exorbitantes; por eso la mejor opción para verla parecen ser los canales de películas clásicas, donde puede descubrirse ocasionalmente como una piedra semi-preciosa de escaso valor material, pero alto nivel recreativo. No se si Arthur Conan Doyle hubiera aprobado este "frívolo" tratamiento de su creación; pero sin duda se hizo con la mejor intención de respetar su memoria. Si tan sólo Moriarty no hubiera arruinado el final...
Calificación: 8
lunes, 24 de mayo de 2010
Cartas a Julieta (Letters to Juliet)
Sería estúpido ir al cine a ver películas románticas una y otra vez cuando se que voy a odiarlas, así como he odiado casi todas las que he visto en mi vida. Ah, pero ahí está el detalle... "casi todas". Es esa optimista esperanza de encontrar una buena película del género lo que me invita a arriesgarme una y otra vez porque, a fin de cuentas, no ODIO el romance. Simplemente odio las historias que usan los clichés del romance como sustituto de las genuinas emociones que no supieron evocar. Digamos que es como la diferencia entre "jarabe sabor maple" y genuina miel de maple; tienen apariencia similar, pero quien haya probado la original difícilmente tolerará el empalagoso impostor. Adivinaron; desayuné "hot cakes" antes de ir a ver Cartas a Julieta. Desafortunadamente ese artificial (y engordante) desayuno fue la mejor experiencia del día.
El título de "Cartas a Julieta" se refiere a la tradición (real) de solicitar consejos románticos a la protagonista del drama Romeo y Julieta, por medio de cartas depositadas en la pared de su supuesta casa en Verona, Italia (extraña tradición, sobre todo si tomamos en cuenta cómo terminó su romance con Romeo). Las cartas son entonces respondidas por anónimas mujeres (las "secretarias de Julieta") para mantener viva la ilusión y, con suerte, ayudar a quien solicitó asesoría. Eso está haciendo la joven Sophie (Amanda Seyfried) cuando encuentra accidentalmente una carta escrita hace cincuenta años por la misteriosa Claire, y decide contestarla. Entonces, lo que comienza como un espontáneo acto de bondad cambia la vida de la muchacha cuando conoce a la actual Claire (Vanessa Redgrave) y a su nieto Charlie (Christopher Egan), con quienes emprende una aventura por Italia en busca del antiguo amor de la anciana. Pero los problemas empiezan cuando florece un romance entre Sophie y Charlie, pues... ¿mencioné que Sophie está de vacaciones en Italia con su prometido Victor (Gael García Bernal)? Evidentemente la joven tendrá que elegir entre ambos hombres... y quizás la experiencia de Claire podría ayudarla a decidir.
Entonces tenemos dos romances por el precio de uno. La joven pareja se da cuenta de sus sentimientos al mismo tiempo que la madura Claire busca a Lorenzo, el amor de su vida que dejó ir hace cincuenta años. Y, claro, las lecciones de esa historia le enseñan a Sophie el auténtico significado del amor ("engaña a tu prometido y serás feliz", o algo así). La verdad me pareció más interesante la historia de Claire, sobre todo por el trabajo de la soberbia Vanessa Redgrave, quien podría dar lecciones de sutileza y emoción a muchas modernas actrices, más preocupadas por el brillo de sus labios que por el realismo de sus actuaciones. Además, no olvidemos que el "romance otoñal" siempre ha sido buena fuente de lágrimas y ternura (pregúntenle a The Notebook). Por su parte, Amanda Seyfried carga con la parte más cansada de la película, pues no hay pasión alguna en el triangulo que forma con el blando Christopher Egan y el apático Gael García Bernal. Es una lástima, pues Seyfried me pareció una notable actriz desde que la vi por primera vez como la atolondrada Karen en Mean Girls; y aunque ha tenido un par de papeles interesantes, últimamente se ha inclinado por desperdiciar su talento en huecas películas románticas donde sacrifica su credibilidad artística a favor de fugaz popularidad. En fin... parece ser una estrategia popular, como lo demuestran las filmografías de Anne Hathaway, Reese Witherspoon, Cameron Diaz, Kristen Bell... la lista es larga.
Admitiré una cosa: por mucho que me haya aburrido el previsible libreto, y por mucho que me desagraden los torcidos mensajes de la película (¿la relación está condenada al fracaso si la pareja no tiene el deseo patológico de estar junta cada segundo del día? Entendido, ¡muchas gracias!), lo que disfruté bastante fueron las extraordinarias locaciones italianas, filmadas con un aura de magia por el cinematógrafo Marco Pontecorvo. En serio, podrían cortarse las escenas de drama, comedia y romance, y quedaría un maravilloso programa del Travel Channel (con algunas escenas prestadas de Food Network), listo para atraer millones de turistas a los más pintorescos sitios de aquel hermoso país europeo. No se si eso baste para recomendar la película (me inclino a pensar que no), pero los paisajes, ciudades y plazas hicieron más amenos los cien minutos que de otro modo hubiera sentido desperdiciados. En fin, de nuevo fracasé en mi búsqueda de una buena película romántica. Pero al menos aprendí que no conviene usar a Romeo y Julieta como punto de partida... a menos que el romance termine en tragedia. De otro modo simplemente da pena ajena, como ocurrió con Cartas a Julieta.
Calificación: 5
El título de "Cartas a Julieta" se refiere a la tradición (real) de solicitar consejos románticos a la protagonista del drama Romeo y Julieta, por medio de cartas depositadas en la pared de su supuesta casa en Verona, Italia (extraña tradición, sobre todo si tomamos en cuenta cómo terminó su romance con Romeo). Las cartas son entonces respondidas por anónimas mujeres (las "secretarias de Julieta") para mantener viva la ilusión y, con suerte, ayudar a quien solicitó asesoría. Eso está haciendo la joven Sophie (Amanda Seyfried) cuando encuentra accidentalmente una carta escrita hace cincuenta años por la misteriosa Claire, y decide contestarla. Entonces, lo que comienza como un espontáneo acto de bondad cambia la vida de la muchacha cuando conoce a la actual Claire (Vanessa Redgrave) y a su nieto Charlie (Christopher Egan), con quienes emprende una aventura por Italia en busca del antiguo amor de la anciana. Pero los problemas empiezan cuando florece un romance entre Sophie y Charlie, pues... ¿mencioné que Sophie está de vacaciones en Italia con su prometido Victor (Gael García Bernal)? Evidentemente la joven tendrá que elegir entre ambos hombres... y quizás la experiencia de Claire podría ayudarla a decidir.
Entonces tenemos dos romances por el precio de uno. La joven pareja se da cuenta de sus sentimientos al mismo tiempo que la madura Claire busca a Lorenzo, el amor de su vida que dejó ir hace cincuenta años. Y, claro, las lecciones de esa historia le enseñan a Sophie el auténtico significado del amor ("engaña a tu prometido y serás feliz", o algo así). La verdad me pareció más interesante la historia de Claire, sobre todo por el trabajo de la soberbia Vanessa Redgrave, quien podría dar lecciones de sutileza y emoción a muchas modernas actrices, más preocupadas por el brillo de sus labios que por el realismo de sus actuaciones. Además, no olvidemos que el "romance otoñal" siempre ha sido buena fuente de lágrimas y ternura (pregúntenle a The Notebook). Por su parte, Amanda Seyfried carga con la parte más cansada de la película, pues no hay pasión alguna en el triangulo que forma con el blando Christopher Egan y el apático Gael García Bernal. Es una lástima, pues Seyfried me pareció una notable actriz desde que la vi por primera vez como la atolondrada Karen en Mean Girls; y aunque ha tenido un par de papeles interesantes, últimamente se ha inclinado por desperdiciar su talento en huecas películas románticas donde sacrifica su credibilidad artística a favor de fugaz popularidad. En fin... parece ser una estrategia popular, como lo demuestran las filmografías de Anne Hathaway, Reese Witherspoon, Cameron Diaz, Kristen Bell... la lista es larga.
Admitiré una cosa: por mucho que me haya aburrido el previsible libreto, y por mucho que me desagraden los torcidos mensajes de la película (¿la relación está condenada al fracaso si la pareja no tiene el deseo patológico de estar junta cada segundo del día? Entendido, ¡muchas gracias!), lo que disfruté bastante fueron las extraordinarias locaciones italianas, filmadas con un aura de magia por el cinematógrafo Marco Pontecorvo. En serio, podrían cortarse las escenas de drama, comedia y romance, y quedaría un maravilloso programa del Travel Channel (con algunas escenas prestadas de Food Network), listo para atraer millones de turistas a los más pintorescos sitios de aquel hermoso país europeo. No se si eso baste para recomendar la película (me inclino a pensar que no), pero los paisajes, ciudades y plazas hicieron más amenos los cien minutos que de otro modo hubiera sentido desperdiciados. En fin, de nuevo fracasé en mi búsqueda de una buena película romántica. Pero al menos aprendí que no conviene usar a Romeo y Julieta como punto de partida... a menos que el romance termine en tragedia. De otro modo simplemente da pena ajena, como ocurrió con Cartas a Julieta.
Calificación: 5
domingo, 23 de mayo de 2010
Alarido (Eskalofrío)
Fui con bajas expectativas a ver Alarido (¿para qué cambiar el nombre original en español?) pues, aunque se trata de una producción española, el póster sugería otro refrito del "J-Horror" que, francamente, ya me tiene harto. Para mi sorpresa resultó ser una decente película de terror con bases narrativas y estilísticas que evocan las viejas cintas de Hammer Films y el gótico europeo tan popular en los setentas. Además, la espectacular cinematografía y agrestes locaciones añaden una atmósfera lúgubre y expresiva que casi garantiza por sí misma una recomendación para esta película, pues rara vez encontramos similar combinación de crudeza y elegancia en las producciones norteamericanas.
La trama se centra en el joven Santi (Junio Valverde), cuya grave alergia a la luz del sol hace su vida cada vez más difícil en la ciudad. Entonces, por consejo médico, Santi y su madre Julia (Blanca Suárez) se mudan a un pequeño pueblo en el norte de España, donde las altas montañas, densos bosques y nublado cielo ayudarán a que lleve una vida tan normal como sea posible. Sin embargo lo que encuentran es una comunidad cerrada y desconfiada, lo cual empeora cuando comienza una serie de sangrientos ataques en el bosque (tanto a personas como animales). Y, claro, como los ataques coincidieron con la llegada de Santi, los habitantes locales sospechan inmediatamente del muchacho alérgico al sol...
El misterio inicial no es particularmente novedoso, pero basta para sustentar la primera mitad de la película gracias a la sólida dirección de Isidro Ortiz, las honestas actuaciones y algunas tensas persecuciones en el bosque. Además encontramos cierta profundidad emocional en el tema recurrente del aislamiento que sufre Santi, primero en la ciudad, y luego en el pueblo donde su vida sería supuestamente mejor. Sin embargo todo eso pierde importancia cuando se resuelve la incógnita del atacante, disipando el suspenso y cambiando bruscamente el rumbo de la historia cuando apenas va a la mitad. Entonces, para sobrevivir su prematura revelación, el guión debe inyectar más acción, sangre y nuevas víctimas para mantener un ritmo ágil y no perder la atención del espectador.
Supongo que lo logra pues, a pesar de todo, la historia está bien llevada, y la conclusión nos depara OTRA impredecible sorpresa que re-plantea lo que ya sabíamos (o creíamos saber). Parece que ese giro sorpresa al final de las películas se está convirtiendo en un elemento obligatorio, incluso cuando la historia no lo necesita. Ojalá los cineastas se den cuenta de su error y sepan reconocer cuando realmente hace falta y cuando es tan solo un truco barato para que la gente no se sienta defraudada. Mejor preocúpense por escribir historias redondas, que no requieran esa "muletilla" final.
Aunque la publicidad de Alarido proclama sus tenues conexiones con El Orfanato y El Laberinto del Fauno, no hay que esperar una película de similar textura o intención. En vez de eso, Alarido ofrece una experiencia más dinámica y visceral, con menos apoyo en lo sobrenatural y más énfasis en la sangre y la acción. Su desarrollo incluye algunos tropiezos, sospechosas coincidencias y una buena dosis de clichés (el mejor amigo de Santi parece la versión española de Jonah Hill); de cualquier modo merece crédito por intentar algo distinto y por no ampararse en fantasmas o asesinos enmascarados para entregarnos un rato de suspenso y adecuada diversión. Creo que pudo llevar un ritmo más consistente y administrar mejor los puntos clave de su historia (incluyendo el final), pero aún así puedo recomendarla como una extraña mezcla de sensibilidad "retro" y moderna con más aciertos que fallas. Y al menos no fue otro re-make.
Calificación: 7
La trama se centra en el joven Santi (Junio Valverde), cuya grave alergia a la luz del sol hace su vida cada vez más difícil en la ciudad. Entonces, por consejo médico, Santi y su madre Julia (Blanca Suárez) se mudan a un pequeño pueblo en el norte de España, donde las altas montañas, densos bosques y nublado cielo ayudarán a que lleve una vida tan normal como sea posible. Sin embargo lo que encuentran es una comunidad cerrada y desconfiada, lo cual empeora cuando comienza una serie de sangrientos ataques en el bosque (tanto a personas como animales). Y, claro, como los ataques coincidieron con la llegada de Santi, los habitantes locales sospechan inmediatamente del muchacho alérgico al sol...
El misterio inicial no es particularmente novedoso, pero basta para sustentar la primera mitad de la película gracias a la sólida dirección de Isidro Ortiz, las honestas actuaciones y algunas tensas persecuciones en el bosque. Además encontramos cierta profundidad emocional en el tema recurrente del aislamiento que sufre Santi, primero en la ciudad, y luego en el pueblo donde su vida sería supuestamente mejor. Sin embargo todo eso pierde importancia cuando se resuelve la incógnita del atacante, disipando el suspenso y cambiando bruscamente el rumbo de la historia cuando apenas va a la mitad. Entonces, para sobrevivir su prematura revelación, el guión debe inyectar más acción, sangre y nuevas víctimas para mantener un ritmo ágil y no perder la atención del espectador.
Supongo que lo logra pues, a pesar de todo, la historia está bien llevada, y la conclusión nos depara OTRA impredecible sorpresa que re-plantea lo que ya sabíamos (o creíamos saber). Parece que ese giro sorpresa al final de las películas se está convirtiendo en un elemento obligatorio, incluso cuando la historia no lo necesita. Ojalá los cineastas se den cuenta de su error y sepan reconocer cuando realmente hace falta y cuando es tan solo un truco barato para que la gente no se sienta defraudada. Mejor preocúpense por escribir historias redondas, que no requieran esa "muletilla" final.
Aunque la publicidad de Alarido proclama sus tenues conexiones con El Orfanato y El Laberinto del Fauno, no hay que esperar una película de similar textura o intención. En vez de eso, Alarido ofrece una experiencia más dinámica y visceral, con menos apoyo en lo sobrenatural y más énfasis en la sangre y la acción. Su desarrollo incluye algunos tropiezos, sospechosas coincidencias y una buena dosis de clichés (el mejor amigo de Santi parece la versión española de Jonah Hill); de cualquier modo merece crédito por intentar algo distinto y por no ampararse en fantasmas o asesinos enmascarados para entregarnos un rato de suspenso y adecuada diversión. Creo que pudo llevar un ritmo más consistente y administrar mejor los puntos clave de su historia (incluyendo el final), pero aún así puedo recomendarla como una extraña mezcla de sensibilidad "retro" y moderna con más aciertos que fallas. Y al menos no fue otro re-make.
Calificación: 7
sábado, 22 de mayo de 2010
París en la Mira (From Paris With Love)
París en la Mira me dejó la impresión de una película severamente editada para omitir explicaciones, razonamientos y demás partes "aburridas" de la trama, dejando solo las explosiones, balaceras y gracejadas del antipático héroe. Ignoro si eso fue lo que ocurrió en la realidad, o si el productor Luc Besson se cansó de pensar en argumentos para sus películas de acción, y decidió simplemente darle una lista de escenas al director en turno, para que éste las uniera como mejor le acomodara. Como sea, el resultado fue una de las películas más irritantes y tediosas que he visto este año. Y tomen en cuenta que ya vi Robin Hood.
El argumento de París en la Mira comienza prometedoramente cuando conocemos a James Reece (Jonathan Rhys-Meyers), asistente diplomático trabajando en París, cuyo puesto en la embajada norteamericana lo pone en posición ideal para realizar ocasionales trabajo de espionaje para la CIA (supongo que es la CIA... pero podría ser McDonalds y daría lo mismo). Sin embargo Reece aspira a cosas más emocionantes, y finalmente se cumplen sus deseos cuando recibe órdenes de trabajar con el experto agente Charlie Wax (John Travolta) para romper una cadena de narcotráfico que financia actividades terroristas en Europa (o algo así). Pero los violentos métodos del irresponsable Wax podrían ser demasiado extremos para el novato Reece, sobre todo cuando sus labores como espía empiezan a afectar su relación con la inocente Caroline (Kasia Smutniak).
París en la Mira se siente como un retroceso del director Pierre Morel, cuya previa cinta, Taken, usó un argumento igualmente ligero y superficial... pero al menos con cierta energía narrativa gracias a la arquetípica historia del padre en desesperada búsqueda de su hija. Por el contrario, el guión de París en la Mira se contenta con mencionar casualmente las palabras mágicas, "terroristas" y "narcotráfico", esperando que basten para justificar las balaceras, peleas y demás desfiguros del ridículo protagonista. Mientras me aburría viendo esa "emocionante" acción, pensé que tal vez Morel trató de hacer una parodia al estilo de Shoot 'Em Up o Crank: High Voltage. Sin embargo la dirección, estilo y tono de esas películas dejaban claro que su propósito era satirizar el hueco y exagerado cine de acción contemporáneo. Desafortunadamente no hay rastro alguno de ingenio en París en la Mira, o elementos que sugieran una intención más profunda que marearnos con su frenética cámara y sobre-coreografiadas escenas. Y no, la referencia a la "royale with cheese" no basta para compensar los restantes noventa minutos de clichés y necedades; solo nos recuerda que John Travolta solía hacer cosas realmente buenas antes de desperdiciar su "renacimiento" en estúpidas cintas familiares y genérica acción.
En fin... sería fácil burlarse de Travolta por endilgarnos otra actuación de caricatura, aunque esta vez sea como "héroe" en vez de villano. Sin embargo no lo considero culpable único del desastre que resultó ser París en la Mira. Los problemas de la película vienen del inexistente libreto, y aunque Morel hace lo posible por distraernos con golpes, balazos y explosiones, no sirven de nada cuando carecen de fundamento narrativo que los ubique en el contexto de la historia. Como dije al principio, había potencial en el típico relato del fresco novato siendo iniciado por el experimentado veterano (¿alguien dijo Training Day?), sobre todo en el entorno del espionaje internacional. Pero en vez de aprovechar esos interesantes elementos, la película prefiere tomar el camino fácil que no requiere esfuerzo o inteligencia. En resumen: la trama de París en la Mira hace que Transporter 3 parezca un drama griego. Por lo tanto no recomiendo perder el tiempo en esta bazofia, cuando hay más emoción y entretenimiento en cualquier episodio de 24, Human Target, o hasta Kim Possible.
Calificación: 4
El argumento de París en la Mira comienza prometedoramente cuando conocemos a James Reece (Jonathan Rhys-Meyers), asistente diplomático trabajando en París, cuyo puesto en la embajada norteamericana lo pone en posición ideal para realizar ocasionales trabajo de espionaje para la CIA (supongo que es la CIA... pero podría ser McDonalds y daría lo mismo). Sin embargo Reece aspira a cosas más emocionantes, y finalmente se cumplen sus deseos cuando recibe órdenes de trabajar con el experto agente Charlie Wax (John Travolta) para romper una cadena de narcotráfico que financia actividades terroristas en Europa (o algo así). Pero los violentos métodos del irresponsable Wax podrían ser demasiado extremos para el novato Reece, sobre todo cuando sus labores como espía empiezan a afectar su relación con la inocente Caroline (Kasia Smutniak).
París en la Mira se siente como un retroceso del director Pierre Morel, cuya previa cinta, Taken, usó un argumento igualmente ligero y superficial... pero al menos con cierta energía narrativa gracias a la arquetípica historia del padre en desesperada búsqueda de su hija. Por el contrario, el guión de París en la Mira se contenta con mencionar casualmente las palabras mágicas, "terroristas" y "narcotráfico", esperando que basten para justificar las balaceras, peleas y demás desfiguros del ridículo protagonista. Mientras me aburría viendo esa "emocionante" acción, pensé que tal vez Morel trató de hacer una parodia al estilo de Shoot 'Em Up o Crank: High Voltage. Sin embargo la dirección, estilo y tono de esas películas dejaban claro que su propósito era satirizar el hueco y exagerado cine de acción contemporáneo. Desafortunadamente no hay rastro alguno de ingenio en París en la Mira, o elementos que sugieran una intención más profunda que marearnos con su frenética cámara y sobre-coreografiadas escenas. Y no, la referencia a la "royale with cheese" no basta para compensar los restantes noventa minutos de clichés y necedades; solo nos recuerda que John Travolta solía hacer cosas realmente buenas antes de desperdiciar su "renacimiento" en estúpidas cintas familiares y genérica acción.
En fin... sería fácil burlarse de Travolta por endilgarnos otra actuación de caricatura, aunque esta vez sea como "héroe" en vez de villano. Sin embargo no lo considero culpable único del desastre que resultó ser París en la Mira. Los problemas de la película vienen del inexistente libreto, y aunque Morel hace lo posible por distraernos con golpes, balazos y explosiones, no sirven de nada cuando carecen de fundamento narrativo que los ubique en el contexto de la historia. Como dije al principio, había potencial en el típico relato del fresco novato siendo iniciado por el experimentado veterano (¿alguien dijo Training Day?), sobre todo en el entorno del espionaje internacional. Pero en vez de aprovechar esos interesantes elementos, la película prefiere tomar el camino fácil que no requiere esfuerzo o inteligencia. En resumen: la trama de París en la Mira hace que Transporter 3 parezca un drama griego. Por lo tanto no recomiendo perder el tiempo en esta bazofia, cuando hay más emoción y entretenimiento en cualquier episodio de 24, Human Target, o hasta Kim Possible.
Calificación: 4
viernes, 21 de mayo de 2010
Los Perdedores (The Losers)
Entre los años 2003 y 2006 fui asiduo lector del comic The Losers; sin embargo, confieso que rara vez entendía lo que estaba pasando. Me gustaba la enérgica narrativa del escritor Andy Diggle, y el estilizado arte del dibujante Jock, pero la historia era un laberinto de alianzas, traiciones, venganza y misterios, de modo que adopté la costumbre de acumular los números individuales durante varios meses, para después leerlos todos juntos y (teóricamente) facilitar mi comprensión del complejo argumento. Por eso esperé con veladas expectativas esta nueva adaptación cinematográfica, titulada Los Perdedores, pues si bien parecía contar con un elenco acertado, temí que el director diluyera la "voz" de Diggle... o que la trama perdiera su riqueza y se convirtiera en un simple vehículo para las escenas de acción.
Afortunadamente no fue así, pero tampoco aprovechó el vasto potencial que ofrecía el comic. La trama se centra en un escuadrón de Fuerzas Especiales trabajando para la CIA en "operaciones negras"; misiones secretas y ocasionalmente ilegales, pero a fin de cuentas benéficas para la paz mundial (o para los intereses norteamericanos). Sin embargo, durante una rutinaria misión, el Coronel Clay (Jeffrey Dean Morgan) debe elegir entre obedecer a sus superiores o evitar la muerte de muchos inocentes. Desde luego opta por lo segundo, pero su heroísmo termina en tragedia por la traición del misterioso "Max", un poderoso agente con incierta motivación y anónima identidad. Entonces, abandonados por el ejército y clasificados como muertos en combate, el equipo de "perdedores" se organiza con la ayuda de una hábil ex-agente africana llamada Aisha (Zoe Saldaña) para cobrar venganza de "Max"... y del gobierno que los engañó.
Una de las razones por las que me gustaba el comic The Losers era su balance de acción, intriga y humor. Los dos primeros elementos están bien llevados en Los Perdedores, aunque tengo muchas dudas sobre la esporádica comedia, no porque sea necesariamente mala, sino porque sacrifica la credibilidad de los personajes en aras de algunas risas. El director Sylvain White cruza varias veces esa peligrosa línea, pero la película sobrevive gracias al generalmente consistente trabajo de los actores. De hecho, me gustó que fueran tan fieles al comic, tanto en apariencia como en actitud; los guionistas Peter Berg y James Vanderbilt evitaron el clásico "complejo de Dios" que tantas veces hemos visto en cineastas que tratan de “mejorar” las historias que adaptan y que, sobra decir, con frecuencia arruinan por su arrogancia e ineptitud. Afortunadamente Los Perdedores eludió precariamente ese destino, aunque siento que el libreto pudo tener más enfoque en la trama principal, y dejar el "relleno" para las hipotéticas secuelas (cuya realidad veo poco probable).
Otro problema de menor importancia son los efectos especiales. Los Perdedores no es un desfile constante de "CGI", pero las ocasionales instancias de explosiones, destrucción digital y algunos compuestos de pantalla azul se ven bastante deficientes, y corren el riesgo de "sacar" al espectador de la historia. Supongo que el bajo presupuesto de la película disculpa hasta cierto punto esas limitaciones, y desde luego aprecio que el énfasis esté en los personajes y la historia, en vez del simple espectáculo visual; aún así no pude evitar un quejido en varios penosos momentos (como la primera explosión de la película y algunas tomas en “Dubai“). Por el lado positivo puedo mencionar la banda sonora, las pintorescas locaciones (cuando son reales) y la rica cinematografía que las complementa; solo desearía que la edición fuera menos fracturada y más lógica... y no solo me refiero a las incomprensibles peleas, sino también a los momentos dramáticos.
Hablando de drama, no tragué el aspecto romántico de la cinta; lo que funcionó a lo largo de tres años de comic se siente torpe cuando se comprime a media hora de película. De cualquier modo me gustó la química entre los demás actores, pues logran "vender" la ilusión de larga amistad fundamentada en la total confianza mutua que necesitan para poner sus vidas en manos del equipo... cosa muy útil al final, cuando su lealtad se somete a duras pruebas. Entonces, tratando de ver objetivamente Los Perdedores (sin la influencia del comic que tanto me gustaba) estimo que puede ser entretenida para el espectador casual, aunque carece de un "gancho" para hacerla genuinamente memorable. No está mal para pasar el rato en una tarde perezosa, o para satisfacer el deseo de un poco de acción que no insulte nuestra inteligencia; digamos que la encontré mucho más creíble y recomendable que la exagerada G.I. Joe: The Rise of Cobra, pero no tan bien escrita como Watchmen o (por supuesto) The Dark Knight. En resumen, buena adaptación del comic, pero mediana película de aventuras.
Calificación: 7.5
Afortunadamente no fue así, pero tampoco aprovechó el vasto potencial que ofrecía el comic. La trama se centra en un escuadrón de Fuerzas Especiales trabajando para la CIA en "operaciones negras"; misiones secretas y ocasionalmente ilegales, pero a fin de cuentas benéficas para la paz mundial (o para los intereses norteamericanos). Sin embargo, durante una rutinaria misión, el Coronel Clay (Jeffrey Dean Morgan) debe elegir entre obedecer a sus superiores o evitar la muerte de muchos inocentes. Desde luego opta por lo segundo, pero su heroísmo termina en tragedia por la traición del misterioso "Max", un poderoso agente con incierta motivación y anónima identidad. Entonces, abandonados por el ejército y clasificados como muertos en combate, el equipo de "perdedores" se organiza con la ayuda de una hábil ex-agente africana llamada Aisha (Zoe Saldaña) para cobrar venganza de "Max"... y del gobierno que los engañó.
Una de las razones por las que me gustaba el comic The Losers era su balance de acción, intriga y humor. Los dos primeros elementos están bien llevados en Los Perdedores, aunque tengo muchas dudas sobre la esporádica comedia, no porque sea necesariamente mala, sino porque sacrifica la credibilidad de los personajes en aras de algunas risas. El director Sylvain White cruza varias veces esa peligrosa línea, pero la película sobrevive gracias al generalmente consistente trabajo de los actores. De hecho, me gustó que fueran tan fieles al comic, tanto en apariencia como en actitud; los guionistas Peter Berg y James Vanderbilt evitaron el clásico "complejo de Dios" que tantas veces hemos visto en cineastas que tratan de “mejorar” las historias que adaptan y que, sobra decir, con frecuencia arruinan por su arrogancia e ineptitud. Afortunadamente Los Perdedores eludió precariamente ese destino, aunque siento que el libreto pudo tener más enfoque en la trama principal, y dejar el "relleno" para las hipotéticas secuelas (cuya realidad veo poco probable).
Otro problema de menor importancia son los efectos especiales. Los Perdedores no es un desfile constante de "CGI", pero las ocasionales instancias de explosiones, destrucción digital y algunos compuestos de pantalla azul se ven bastante deficientes, y corren el riesgo de "sacar" al espectador de la historia. Supongo que el bajo presupuesto de la película disculpa hasta cierto punto esas limitaciones, y desde luego aprecio que el énfasis esté en los personajes y la historia, en vez del simple espectáculo visual; aún así no pude evitar un quejido en varios penosos momentos (como la primera explosión de la película y algunas tomas en “Dubai“). Por el lado positivo puedo mencionar la banda sonora, las pintorescas locaciones (cuando son reales) y la rica cinematografía que las complementa; solo desearía que la edición fuera menos fracturada y más lógica... y no solo me refiero a las incomprensibles peleas, sino también a los momentos dramáticos.
Hablando de drama, no tragué el aspecto romántico de la cinta; lo que funcionó a lo largo de tres años de comic se siente torpe cuando se comprime a media hora de película. De cualquier modo me gustó la química entre los demás actores, pues logran "vender" la ilusión de larga amistad fundamentada en la total confianza mutua que necesitan para poner sus vidas en manos del equipo... cosa muy útil al final, cuando su lealtad se somete a duras pruebas. Entonces, tratando de ver objetivamente Los Perdedores (sin la influencia del comic que tanto me gustaba) estimo que puede ser entretenida para el espectador casual, aunque carece de un "gancho" para hacerla genuinamente memorable. No está mal para pasar el rato en una tarde perezosa, o para satisfacer el deseo de un poco de acción que no insulte nuestra inteligencia; digamos que la encontré mucho más creíble y recomendable que la exagerada G.I. Joe: The Rise of Cobra, pero no tan bien escrita como Watchmen o (por supuesto) The Dark Knight. En resumen, buena adaptación del comic, pero mediana película de aventuras.
Calificación: 7.5
miércoles, 19 de mayo de 2010
In the Loop
Imagino que la sátira y la política han convivido armoniosamente desde tiempos prehistóricos; de hecho, no me extrañaría que algunas pinturas rupestres fueran en realidad caricaturas en las que se denunciaron las fallas de algún jefe de tribu o médico brujo. El cine, desde luego, adoptó esa práctica desde sus inicios mismos, y estimo que la tradición continuará mientras haya gente descontenta con sus líderes... y con suficiente libertad para expresarlo de manera pacífica. Incluso me atrevería a decir que la sátira política es uno de los escasos géneros cinematográficos de genuina importancia, cuyos efectos y motivación trasciende el mero entretenimiento de las masas. Dicen que una idea puede cambiar al mundo, ¿qué podemos esperar entonces de un medio diseñado para transmitirlas con particular fuerza y penetración?
Quizás la cinta británica In the Loop no aspira a cambiar el mundo, pero sin duda nos pondrá a pensar con su hilarante retrato de la moderna política internacional... o, mejor dicho, de las personas que por azar o destino son responsables de controlarla. El argumento es difícil de describir, pero puede resumirse en un par de frases: El gobierno de los Estados Unidos quiere invadir un país del Medio Oriente; el gobierno del Reino Unido tiene algunas dudas al respecto. Y, para conciliar ambos puntos de vista, tenemos un desfile de políticos, diplomáticos y militares tratando de convencer al público, a los medios y a sí mismos de que están haciendo lo correcto. Entre esos políticos encontramos a Simon Foster (Tom Hollander), Ministro Británico de Desarrollo que, durante una entrevista radial, menciona casualmente su opinión sobre la controversial guerra. Ese simple desliz desata un frenesí en los medios de comunicación globales, lo cual pone en peligro los planes de los Estados Unidos. Entonces vemos como empleados gubernamentales en ambos lados del Atlántico hacen lo posible por controlar la situación... y al mismo tiempo conservar su empleo. Y, claro, en este bizarro entorno de verdades falsas y mentiras honestas, necesitamos alguien "normal" con quien identificarnos; esa tarea recae en Toby Wright (Chris Addison), nuevo asistente de Foster, quien se ve atrapado en un torbellino de órdenes contradictorias y disputas personales. Afortunadamente el joven aprende rápido los trucos de sus superiores.
Supongo que todavía hay gente que considera la política como provincia exclusiva de sabios y mártires con humanitario interés en el bienestar de la comunidad. In the Loop presenta un punto de vista mucho más cínico (y, en mi humilde opinión, más realista), mostrándonos el proceso político como un impredecible choque de opiniones, intereses y conspiraciones, donde no gana el que tiene la razón, sino el que sabe manejar la situación para beneficio propio. El cuadro que nos presenta el director y co-guionista Armando Iannucci sería deprimente si no estuviera salpicado con hilarante diálogos, exuberantes personajes y una actitud satírica tan feroz como no había visto desde la igualmente mordaz Wag the Dog. De hecho, me atreveré a decir que In the Loop finalmente logró desbancar a aquella película como mi comedia política favorita.
Gran parte de la razón es el extraordinario elenco reclutado por Iannucci, donde afortunadamente no hay rostros famosos que nos distraigan de los perfectos personajes. En vez de ello tenemos un extenso repertorio de sólidos intérpretes en papeles de variable duración pero considerable importancia, y aunque todos tienen momentos brillantes, solo mencionaré a Peter Capaldi como el Ministro de Comunicaciones, experto en comunicarse con las más ácidas (e hilarantes) vulgaridades; a Gina McKee como la sufrida secretaria de Foster, habituada a corregir los disparates de su jefe; a David Rasche (de la serie de culto Sledgehammer) como un taimado político norteamericano con negras intenciones debajo de su afable apariencia; y a James Gandolfini en el papel de un distinguido general en pro y en contra de la guerra... según el momento en el que se le pregunte.
Por si quedara alguna duda, aclaro que In the Loop no es otra película sobre la guerra en Irak, ni otra tardía denuncia contra George W. Bush, Tony Blair o Gordon Brown. Si acaso, es una denuncia del proceso político completo, pero expresado con tanto humor y sagacidad que no nos queda más remedio que reír mientras asimilamos que, en efecto, así debe ser la realidad de nuestros gobernantes, de cualquier época, cualquier partido e ideología. En otras palabras, el problema no son los individuos, sino el sistema que promueve comportamientos irracionales en la lucha por el poder, la gloria o (peor aún) la "verdad". Por lo general opino que una película no necesitaría verse repetidamente para transmitir su mensaje, pero recomiendo ver In the Loop más de una vez para absorber la abundante información que arroja con implacable velocidad al aturdido espectador. Yo ya la vi tres veces y sigo encontrando nuevos detalles que me hacen reír o reflexionar. O tal vez soy tan torpe y distraído como los políticos que retrata.
Calificación: 10
Quizás la cinta británica In the Loop no aspira a cambiar el mundo, pero sin duda nos pondrá a pensar con su hilarante retrato de la moderna política internacional... o, mejor dicho, de las personas que por azar o destino son responsables de controlarla. El argumento es difícil de describir, pero puede resumirse en un par de frases: El gobierno de los Estados Unidos quiere invadir un país del Medio Oriente; el gobierno del Reino Unido tiene algunas dudas al respecto. Y, para conciliar ambos puntos de vista, tenemos un desfile de políticos, diplomáticos y militares tratando de convencer al público, a los medios y a sí mismos de que están haciendo lo correcto. Entre esos políticos encontramos a Simon Foster (Tom Hollander), Ministro Británico de Desarrollo que, durante una entrevista radial, menciona casualmente su opinión sobre la controversial guerra. Ese simple desliz desata un frenesí en los medios de comunicación globales, lo cual pone en peligro los planes de los Estados Unidos. Entonces vemos como empleados gubernamentales en ambos lados del Atlántico hacen lo posible por controlar la situación... y al mismo tiempo conservar su empleo. Y, claro, en este bizarro entorno de verdades falsas y mentiras honestas, necesitamos alguien "normal" con quien identificarnos; esa tarea recae en Toby Wright (Chris Addison), nuevo asistente de Foster, quien se ve atrapado en un torbellino de órdenes contradictorias y disputas personales. Afortunadamente el joven aprende rápido los trucos de sus superiores.
Supongo que todavía hay gente que considera la política como provincia exclusiva de sabios y mártires con humanitario interés en el bienestar de la comunidad. In the Loop presenta un punto de vista mucho más cínico (y, en mi humilde opinión, más realista), mostrándonos el proceso político como un impredecible choque de opiniones, intereses y conspiraciones, donde no gana el que tiene la razón, sino el que sabe manejar la situación para beneficio propio. El cuadro que nos presenta el director y co-guionista Armando Iannucci sería deprimente si no estuviera salpicado con hilarante diálogos, exuberantes personajes y una actitud satírica tan feroz como no había visto desde la igualmente mordaz Wag the Dog. De hecho, me atreveré a decir que In the Loop finalmente logró desbancar a aquella película como mi comedia política favorita.
Gran parte de la razón es el extraordinario elenco reclutado por Iannucci, donde afortunadamente no hay rostros famosos que nos distraigan de los perfectos personajes. En vez de ello tenemos un extenso repertorio de sólidos intérpretes en papeles de variable duración pero considerable importancia, y aunque todos tienen momentos brillantes, solo mencionaré a Peter Capaldi como el Ministro de Comunicaciones, experto en comunicarse con las más ácidas (e hilarantes) vulgaridades; a Gina McKee como la sufrida secretaria de Foster, habituada a corregir los disparates de su jefe; a David Rasche (de la serie de culto Sledgehammer) como un taimado político norteamericano con negras intenciones debajo de su afable apariencia; y a James Gandolfini en el papel de un distinguido general en pro y en contra de la guerra... según el momento en el que se le pregunte.
Por si quedara alguna duda, aclaro que In the Loop no es otra película sobre la guerra en Irak, ni otra tardía denuncia contra George W. Bush, Tony Blair o Gordon Brown. Si acaso, es una denuncia del proceso político completo, pero expresado con tanto humor y sagacidad que no nos queda más remedio que reír mientras asimilamos que, en efecto, así debe ser la realidad de nuestros gobernantes, de cualquier época, cualquier partido e ideología. En otras palabras, el problema no son los individuos, sino el sistema que promueve comportamientos irracionales en la lucha por el poder, la gloria o (peor aún) la "verdad". Por lo general opino que una película no necesitaría verse repetidamente para transmitir su mensaje, pero recomiendo ver In the Loop más de una vez para absorber la abundante información que arroja con implacable velocidad al aturdido espectador. Yo ya la vi tres veces y sigo encontrando nuevos detalles que me hacen reír o reflexionar. O tal vez soy tan torpe y distraído como los políticos que retrata.
Calificación: 10
lunes, 17 de mayo de 2010
The Guild
Además de las asombrosas ventajas que el Internet presenta para las comunicaciones, educación y pornografía, también ha sido un fértil camino para la difusión de entretenimiento visual que va desde los más ineptos videos de YouTube hasta "seriales web" de inusual envergadura y calidad. Entre estos últimos podemos mencionar al aclamado Dr. Horrible's Sing-Along Blog (cuyo éxito provocó la creación de una nueva categoría en los Emmys), Quarterlife (el único hasta el momento -que yo sepa- que fue adoptado por la televisión comercial) y, mi favorito, The Guild. Este sencillo pero hilarante "serial web" quizás no ha alcanzado la resonancia mundial de otras obras pero, en mi humilde opinión, es uno de los más divertidos gracias a su pintoresco ensamble de personajes y al ingenio de Felicia Day, su creadora, quien encontró un medio perfecto para satirizar a los videojuegos. O, mejor dicho, para satirizar a las personas que han adoptado los videojuegos como forma de vida.
The Guild se centra en los integrantes del clan "Los Caballeros del Bien", especializados en "MMORPGs" (Massively Multiplayer Online Role Playing Game - básicamente juegos de rol en línea, desarrollados en mundos persistentes con miles de jugadores conectados al mismo tiempo), y aunque no hace falta conocer a fondo estos juegos (como World of Warcraft, EverQuest II y WarHammer Online), la serie será más graciosa para quienes reconozcan la terminología general de los RPGs y entiendan los acrónimos y arcanos neologismos que se han creado a su alrededor. En cuanto a los personajes principales de la serie, son claras representaciones de los estereotipos que Felicia Day encontró durante sus años como adicta videojugadora. Así tenemos a Codex (Felicia Day), tímida mujer que trata de balancear su entusiasmo por los juegos con su vida normal; Clara (Robin Thorsen), rolliza ama de casa en peligro de perder a sus hijos y esposo por dedicar tanto tiempo al clan; Vork (Jeff Lewis), hombre maduro, desempleado y socialmente inepto, pero curiosamente hábil para la administración y estrategia requeridas en el juego; Bladezz (Vincent Caso) arrogante adolescente que compensa su opresiva vida familiar con sus victorias digitales; Tinkerballa (Amy Okuda) atractiva muchacha más interesada en sus caprichos que en el bienestar de su equipo; y Zaboo (Sandeep Parikh), inquieto e impulsivo estudiante universitario con dificultades para separar la realidad y la fantasía.
A pesar de ser tan distintos en edad, ocupación y personalidad, los protagonistas de The Guild comparten el aislamiento social que acarrea su obsesión por el videojuego. Y, a lo largo de tres temporadas, han descubierto que los retos del mundo real pueden ser muy distintos (o muy similares) a los que encuentran en el mundo simulado de fantasía medieval. Al principio de la primera temporada nadie se conoce en persona; solo por los nombres de sus coloridos (y exagerados) "avatares". Por eso resulta una sorpresa cuando Zaboo llega a casa de Codex convencido de que los flirteos en línea se convertirán en amor real. Entonces la confusa mujer debe pedir ayuda al resto del grupo para librarse del impertinente y amoroso Zaboo... aunque para lograrlo deban incursionar en el mundo real. La segunda temporada continúa explorando las interacciones del grupo cuando las tensiones que provocó su aventura anterior explotan durante una fiesta organizada por Codex para enamorar a su apuesto vecino, bajo la celosa mirada de Zaboo. Y en la tercera temporada Los Caballeros del Bien se enfrentan a "El Eje del Caos", un agresivo clan de odiosos jugadores sociópatas cuya rivalidad no se limita al entorno virtual, sino que se manifiesta en trampas y bromas pesadas en el mundo real. Entonces, Codex, Zaboo, Clara, Tinkerballa y Vork tendrán que resolver sus diferencias para cooperar como lo hacían antes y salvar a su clan de la extinción.
La adicción a los videojuegos ofrece amplio material para la comedia y el melodrama (por no mencionar el estudio psicológico). The Guild no pretende ser un estudio serio, sino una simpática comedia sobre la obsesión de los jugadores; sin embargo la visión de Day incluye interesantes observaciones y astutos paralelos entre los vicios reales y virtuales, así como maneras de canalizar las aptitudes de un mundo para que sean útiles en el otro. En otras palabras, no hace falta luchar contra dragones para aprovechar las simples lecciones de cooperación y estrategia que aprendemos en los juegos... o, en el peor de los casos, nos pueden servir para transformar los tragos amargos de nuestra vida en útiles "puntos de experiencia". Creo que esa inspirada percepción aporta inesperados niveles y profundidad que yo no esperaba encontrar en un humilde proyecto semi-amateur. Y, sobra decir, la comedia es genuinamente graciosa, no solo por sus inteligentes diálogos y constantes referencias al mundo de los videojuegos, sino por las chispeantes personalidades de los protagonistas, un poco exageradas para efectos cómicos, pero totalmente creíbles gracias a la humanidad que imparten los actores.
Entonces, lo que comenzó como un proyecto personal de Felicia Day para llenar los huecos de su trabajo como actriz se ha convertido en una micro-industria de culto que aún tiene mucho que ofrecer. La primera temporada se financió con donativos de los fans, pero la segunda y tercera gozó del patrocinio económico de Microsoft (el programa es muy popular en el canal de entretenimiento de XBox Live), quien recientemente anunció la producción de la cuarta temporada. Todos los episodios están disponibles en Internet, ya sea YouTube, iTunes o el sitio oficial, aunque también se venden DVDs en Amazon con contenidos adicionales, algunos de ellos tan divertidos como la serie misma. En mi humilde opinión este medio es el mejor para apreciar la serie, no solo porque se aprecian mejor sus detalles en televisión que en una pequeña ventana de la computadora, sino porque también ayudan económicamente a la permanencia del proyecto. Entonces, creo que los aficionados a los RPGs, MMORPGs, FPSs, RTSs TBSs o juegos casuales encontrarán algo con que reírse en The Guild, y quizás algo para pensar. Sobre todo si nos identificamos con sus héroes... o sus villanos.
Calificación: 8.5
The Guild se centra en los integrantes del clan "Los Caballeros del Bien", especializados en "MMORPGs" (Massively Multiplayer Online Role Playing Game - básicamente juegos de rol en línea, desarrollados en mundos persistentes con miles de jugadores conectados al mismo tiempo), y aunque no hace falta conocer a fondo estos juegos (como World of Warcraft, EverQuest II y WarHammer Online), la serie será más graciosa para quienes reconozcan la terminología general de los RPGs y entiendan los acrónimos y arcanos neologismos que se han creado a su alrededor. En cuanto a los personajes principales de la serie, son claras representaciones de los estereotipos que Felicia Day encontró durante sus años como adicta videojugadora. Así tenemos a Codex (Felicia Day), tímida mujer que trata de balancear su entusiasmo por los juegos con su vida normal; Clara (Robin Thorsen), rolliza ama de casa en peligro de perder a sus hijos y esposo por dedicar tanto tiempo al clan; Vork (Jeff Lewis), hombre maduro, desempleado y socialmente inepto, pero curiosamente hábil para la administración y estrategia requeridas en el juego; Bladezz (Vincent Caso) arrogante adolescente que compensa su opresiva vida familiar con sus victorias digitales; Tinkerballa (Amy Okuda) atractiva muchacha más interesada en sus caprichos que en el bienestar de su equipo; y Zaboo (Sandeep Parikh), inquieto e impulsivo estudiante universitario con dificultades para separar la realidad y la fantasía.
A pesar de ser tan distintos en edad, ocupación y personalidad, los protagonistas de The Guild comparten el aislamiento social que acarrea su obsesión por el videojuego. Y, a lo largo de tres temporadas, han descubierto que los retos del mundo real pueden ser muy distintos (o muy similares) a los que encuentran en el mundo simulado de fantasía medieval. Al principio de la primera temporada nadie se conoce en persona; solo por los nombres de sus coloridos (y exagerados) "avatares". Por eso resulta una sorpresa cuando Zaboo llega a casa de Codex convencido de que los flirteos en línea se convertirán en amor real. Entonces la confusa mujer debe pedir ayuda al resto del grupo para librarse del impertinente y amoroso Zaboo... aunque para lograrlo deban incursionar en el mundo real. La segunda temporada continúa explorando las interacciones del grupo cuando las tensiones que provocó su aventura anterior explotan durante una fiesta organizada por Codex para enamorar a su apuesto vecino, bajo la celosa mirada de Zaboo. Y en la tercera temporada Los Caballeros del Bien se enfrentan a "El Eje del Caos", un agresivo clan de odiosos jugadores sociópatas cuya rivalidad no se limita al entorno virtual, sino que se manifiesta en trampas y bromas pesadas en el mundo real. Entonces, Codex, Zaboo, Clara, Tinkerballa y Vork tendrán que resolver sus diferencias para cooperar como lo hacían antes y salvar a su clan de la extinción.
La adicción a los videojuegos ofrece amplio material para la comedia y el melodrama (por no mencionar el estudio psicológico). The Guild no pretende ser un estudio serio, sino una simpática comedia sobre la obsesión de los jugadores; sin embargo la visión de Day incluye interesantes observaciones y astutos paralelos entre los vicios reales y virtuales, así como maneras de canalizar las aptitudes de un mundo para que sean útiles en el otro. En otras palabras, no hace falta luchar contra dragones para aprovechar las simples lecciones de cooperación y estrategia que aprendemos en los juegos... o, en el peor de los casos, nos pueden servir para transformar los tragos amargos de nuestra vida en útiles "puntos de experiencia". Creo que esa inspirada percepción aporta inesperados niveles y profundidad que yo no esperaba encontrar en un humilde proyecto semi-amateur. Y, sobra decir, la comedia es genuinamente graciosa, no solo por sus inteligentes diálogos y constantes referencias al mundo de los videojuegos, sino por las chispeantes personalidades de los protagonistas, un poco exageradas para efectos cómicos, pero totalmente creíbles gracias a la humanidad que imparten los actores.
Entonces, lo que comenzó como un proyecto personal de Felicia Day para llenar los huecos de su trabajo como actriz se ha convertido en una micro-industria de culto que aún tiene mucho que ofrecer. La primera temporada se financió con donativos de los fans, pero la segunda y tercera gozó del patrocinio económico de Microsoft (el programa es muy popular en el canal de entretenimiento de XBox Live), quien recientemente anunció la producción de la cuarta temporada. Todos los episodios están disponibles en Internet, ya sea YouTube, iTunes o el sitio oficial, aunque también se venden DVDs en Amazon con contenidos adicionales, algunos de ellos tan divertidos como la serie misma. En mi humilde opinión este medio es el mejor para apreciar la serie, no solo porque se aprecian mejor sus detalles en televisión que en una pequeña ventana de la computadora, sino porque también ayudan económicamente a la permanencia del proyecto. Entonces, creo que los aficionados a los RPGs, MMORPGs, FPSs, RTSs TBSs o juegos casuales encontrarán algo con que reírse en The Guild, y quizás algo para pensar. Sobre todo si nos identificamos con sus héroes... o sus villanos.
Calificación: 8.5