El estilo de comedia que maneja Adam Carolla es definitivamente un "gusto adquirido". Algunos lo recordarán por su hilarante programa de televisión The Man Show, donde elevó el sexismo a un arte con ayuda del comediante Jimmy Kimmel (hoy respetable conductor de un programa nocturno al estilo de Johnny Carson). Otros conocerán a Carolla por el exitosísimo podcast que ha dado un inesperado giro de humor y honestidad a las entrevistas con celebridades que merecen el ajuste de realidad impartido por la ácida lengua de este humorista. Pero ninguna de esas facetas de su carrera me preparó para el sincero y cálido humor de la película The Hammer.
De hecho, no sabía qué esperar de esta humilde cinta independiente. Conociendo el cáustico e irreverente estilo de Carolla supuse que la película sería una vulgar comedia en la línea de Judd Apatow, repleta de excesos escatológicos y personajes inmaduros. Pero por los créditos noté la presencia de la productora Heather Juergensen y el director Charles Herman-Wurmfeld, responsables de la excelente comedia romántica Kissing Jessica Stein. ¿Cómo podrían combinarse tan disímiles enfoques?. La respuesta es: muy bien, gracias.
La trama comienza con una mirada a la patética vida de Jerry Ferro (Adam Carolla), carpintero con 40 años recién cumplidos y cansado de trabajar para un odioso individuo que no puede articular palabra sin añadir un insulto para sus empleados, entre los que también esta el ilegal nicaragüense Ozzie (Oswaldo Castillo). Pero todo tiene un límite, y Jerry decide hacerle una mala broma a su jefe, lo cual resulta en su inmediato (y violento) despido. Cuando su novia se entera, decide abandonar al "perdedor" que no ha hecho nada con su vida; pero no todo está perdido, pues cuando Ferro asiste a su empleo nocturno como maestro de boxeo en un paupérrimo gimnasio, conoce a un agente de poca monta pero buena intención, quien admira la técnica de la "vieja escuela" usada por el sencillo ex-carpintero, y le ofrece la oportunidad de integrarse a las pruebas de calificación para el equipo olímpico que representará a los Estados Unidos en Beijing 2008. Al principio Ferro se rehúsa, pero viendo sus limitadas opciones de vida decide asistir... y contra toda lógica vence a competidores mucho más jóvenes que él, garantizando al menos peleas adicionales antes de llegar a la cima... o al menos tan alto como se lo permita su propia apatía y falta de confianza en sí mismo...
Para mi sorpresa, The Hammer resultó ser una sensible comedia humana en la que el humor proviene genuinamente del carácter que muestran los personajes, y no de absurdas y forzadas situaciones. Mi expectativa del "estilo Apatow" resultó totalmente errónea, pues lejos de regodearse en el mal gusto (bueno, hay una escena de vómito y un par de golpes a la ingle), el argumento prefiere contemplar la gracia innata de Ferro, su amigo Ozzie y la tensa pero accesible abogada Lindsay (la productora Heather Juergensen), cuya simpática interacción provoca sinceras sonrisas y no baratas carcajadas.
Cierto, el libreto (basado en una historia del mismo Adam Carolla) está aderezado con las agudas observaciones del comediante, y aunque hay cierta vulgaridad nunca es maliciosa ni desagradable. El guión encontró la combinación perfecta de análisis social y subversión, alcanzando (o creando) un nicho de comedia masculina que no teme generar auténtica emoción con personajes creíbles y detallados... y al mismo tiempo admite la hilaridad de la flatulencia o el vómito en el momento inoportuno (pero oportuno para la risa).
The Hammer es una comedia de difícil categorización. No me extraña que haya estado "enlatada" dos años antes de su estreno en DVD, pues es demasiado mordaz e irreverente para considerarla una cinta familiar, y demasiado sobria y sensible para agruparla con las procaces comedias de Apatow y compañía. No obstante, con la expectativa correcta, estoy seguro que se podrá disfrutar esta modesta cinta independiente; tal vez no sea una franca "joya oculta", pero sí puedo recomendarla como una agradable sorpresa para el espectador audaz que no tema saborear al mismo tiempo estilos opuestos de narrativa, a la vez cálida y agresiva. Y si todo falla, al menos podrán reír con el mejor uso de la canción Eye of the Tiger que he visto desde Rocky III.
Calificación: 8.5
lunes, 29 de junio de 2009
sábado, 27 de junio de 2009
La Decisión más Difícil (My Sister's Keeper)
Por lo general encuentro desagradables las películas sobre gente enferma y tragedias médicas, especialmente cuando están "basadas en hechos reales", pues además de ser manipuladoras siento que explotan el sufrimiento ajeno para vender algo tan trivial como una película (supongo que lo mismo podría decirse del terror, pero no me conviene examinar esa contradicción). La Decisión más Difícil está basada en una novela y no en hechos reales; quizás por eso su historia resulta más sobria y menos amarillista. Sin embargo, el director Nick Cassavettes se permite varios trucos baratos para generar llanto, que realmente no hacen falta, pues la cinta funciona muy bien como un emotivo retrato familiar fundamentado en duras realidades, pero rebosante de esperanza y compasión.
La película sigue la difícil situación de la familia Fitzgerald. La joven Kate (Sofia Vassilieva) tiene leucemia y, en un desesperado intento por prolongar su vida, sus padres Brian (Jason Patric) y Sara (Cameron Diaz) deciden procrear una hija genéticamente diseñada para ser cien por ciento compatible con Kate, de modo que pueda servir como donadora de sangre, tejido y hasta órganos, cuando lo requiera el cuerpo de su afligida hermana. Por eso Kate ha sobrevivido muchos más años de los que originalmente se pronosticaban. Pero su condición sigue empeorando, y ha llegado el momento de necesitar un trasplante de riñón. Sin embargo Anna (Abigail Breslin), la niña genéticamente compatible, ha decidido negarse a ceder tal órgano, y empleará todos los medios legales posibles para evitar que sus padres la obliguen a ello...
La historia es ciertamente novedosa, y aunque su conclusión ofrezca un mensaje común, el desarrollo es muy interesante. Usando el popular truco de los "flashbacks", vamos conociendo paulatinamente el desarrollo de la enfermedad de Kate, sus altas y bajas; y, sobre todo, el efecto que ha tenido en su familia. Eso fue particularmente lo que me gustó de la trama: no es un simple desfile de síntomas y tratamientos, sino una realista mirada al cambio de la dinámica familiar que una persona enferma provoca cuando todos los esfuerzos de sus familiares se centran en su bienestar y supervivencia. No es un tema precisamente entretenido o agradable, pero está bien manejado y resuelto de manera satisfactoria.
Habiendo dicho eso, me desagradó un poco la pesada dirección de Nick Cassavettes (de quien definitivamente no soy fan). Creo que hay por lo menos cuatro "montajes musicales" en la película, todos diseñados para exprimirnos el corazón y enfatizar las emociones patentes en los personajes. Y, por si no bastara, Cassavettes también nos receta varias lánguidas secuencias en cámara lenta acompañadas con plañidera música. Ya saben... en caso de que no estamos suficientemente deprimidos por las duras experiencias de la familia Fitzgerald.
Pero bueno... disculparé esos innecesarios adornos porque la historia se gana las emociones que realmente provoca, y porque las actuaciones son muy buenas, sin exagerar el drama e incluso con atisbos de fresco humor que hace más llevadera la tragedia. Casi todo el trabajo reciente de Cameron Diaz ha sido en insulsas comedias, y resulta agradable recordar que puede ser una excelente actriz "seria" cuando el material lo amerita. Jason Patric trabaja poco, y aunque no se convirtió en la súper estrella que todos auguraban en los ochentas, su trabajo es siempre excepcional. Abigail Breslin y Sofia Vassilieva también se lucen, aunque las opacan un poco los más substanciosos roles adultos. Y qué decir del genial Alec Baldwin; su personaje es un poco artificial (y demasiado similar al que interpreta en la serie 30 Rock), pero encuentra un aceptable compromiso entre caricatura y honestidad.
La Decisión más Difícil es una buena película dramática que trasciende las convencionales indulgencias de su director gracias a la fuerza de la historia y sus intensas actuaciones. En un género que rara vez supera el fácil melodrama es difícil encontrar una cinta íntegra y reservada, con una inteligente premisa y ambigua ideología. Por eso la recomiendo con confianza, esperando que tomen su ejemplo futuras películas que traten de ganar nuestra simpatía a la fuerza, sin igual sensibilidad y modestia.
Calificación: 8
La película sigue la difícil situación de la familia Fitzgerald. La joven Kate (Sofia Vassilieva) tiene leucemia y, en un desesperado intento por prolongar su vida, sus padres Brian (Jason Patric) y Sara (Cameron Diaz) deciden procrear una hija genéticamente diseñada para ser cien por ciento compatible con Kate, de modo que pueda servir como donadora de sangre, tejido y hasta órganos, cuando lo requiera el cuerpo de su afligida hermana. Por eso Kate ha sobrevivido muchos más años de los que originalmente se pronosticaban. Pero su condición sigue empeorando, y ha llegado el momento de necesitar un trasplante de riñón. Sin embargo Anna (Abigail Breslin), la niña genéticamente compatible, ha decidido negarse a ceder tal órgano, y empleará todos los medios legales posibles para evitar que sus padres la obliguen a ello...
La historia es ciertamente novedosa, y aunque su conclusión ofrezca un mensaje común, el desarrollo es muy interesante. Usando el popular truco de los "flashbacks", vamos conociendo paulatinamente el desarrollo de la enfermedad de Kate, sus altas y bajas; y, sobre todo, el efecto que ha tenido en su familia. Eso fue particularmente lo que me gustó de la trama: no es un simple desfile de síntomas y tratamientos, sino una realista mirada al cambio de la dinámica familiar que una persona enferma provoca cuando todos los esfuerzos de sus familiares se centran en su bienestar y supervivencia. No es un tema precisamente entretenido o agradable, pero está bien manejado y resuelto de manera satisfactoria.
Habiendo dicho eso, me desagradó un poco la pesada dirección de Nick Cassavettes (de quien definitivamente no soy fan). Creo que hay por lo menos cuatro "montajes musicales" en la película, todos diseñados para exprimirnos el corazón y enfatizar las emociones patentes en los personajes. Y, por si no bastara, Cassavettes también nos receta varias lánguidas secuencias en cámara lenta acompañadas con plañidera música. Ya saben... en caso de que no estamos suficientemente deprimidos por las duras experiencias de la familia Fitzgerald.
Pero bueno... disculparé esos innecesarios adornos porque la historia se gana las emociones que realmente provoca, y porque las actuaciones son muy buenas, sin exagerar el drama e incluso con atisbos de fresco humor que hace más llevadera la tragedia. Casi todo el trabajo reciente de Cameron Diaz ha sido en insulsas comedias, y resulta agradable recordar que puede ser una excelente actriz "seria" cuando el material lo amerita. Jason Patric trabaja poco, y aunque no se convirtió en la súper estrella que todos auguraban en los ochentas, su trabajo es siempre excepcional. Abigail Breslin y Sofia Vassilieva también se lucen, aunque las opacan un poco los más substanciosos roles adultos. Y qué decir del genial Alec Baldwin; su personaje es un poco artificial (y demasiado similar al que interpreta en la serie 30 Rock), pero encuentra un aceptable compromiso entre caricatura y honestidad.
La Decisión más Difícil es una buena película dramática que trasciende las convencionales indulgencias de su director gracias a la fuerza de la historia y sus intensas actuaciones. En un género que rara vez supera el fácil melodrama es difícil encontrar una cinta íntegra y reservada, con una inteligente premisa y ambigua ideología. Por eso la recomiendo con confianza, esperando que tomen su ejemplo futuras películas que traten de ganar nuestra simpatía a la fuerza, sin igual sensibilidad y modestia.
Calificación: 8
viernes, 26 de junio de 2009
La Dulce Vida (Happy-Go-Lucky)
¿En serio? ¿"La Dulce Vida"? ¿Habrá sido estupidez o ignorancia lo que impidió a los distribuidores encontrar un título en español distinto al de la famosa obra de Fellini? Bueno, será mejor ignorar esa pifia para centrarse en la película misma, que sin duda merece atención y una ferviente recomendación.
Aunque el director británico Mike Leigh sea más conocido por sus películas dramáticas (como Vera Drake, Naked y Secrets & Lies), es obvio que posee un sano sentido del humor por debajo de su solemnidad artística, como demostró en Career Girls y Topsy Turvy. Ese vivaz pero cálido Leigh es el que vemos detrás de Happy-Go-Lucky, un interesante estudio psicológico disfrazado de simpática comedia que emplea un personaje aparentemente frívolo para contar una historia profunda y rebosante de humanidad.
La trama sigue las peripecias de Poppy (Sally Hawkins), maestra de escuela londinense con una actitud incesantemente jovial y optimista que la impulsa a disfrutar de la vida enfocándose en lo bueno e ignorando lo malo. Y así vemos cómo esa inherente alegría moldea sus relaciones con amigos, familiares y conocidos, hasta que empezamos a sospechar que Poppy oculta algún secreto detrás de su irrefrenable desenfado.
El argumento es simple, pero basta para mantener el interés a lo largo de dos horas. No hay que esperar eventos catastróficos ni sorpresivas revelaciones; tan sólo contemplando la diaria navegación de Poppy en su rutinaria vida encontramos momentos de humor, realismo y meditación que al combinarse producen un fascinante y gracioso relato no basado en huecos chistes o gracejadas, sino en la fácil convivencia de la moderna clase media (al menos como la ve el utópico ojo de Leigh). Cierto, tanta felicidad puede abrumar al espectador adusto y amargado (como yo), pero a fin de cuentas la sonrisa casi constante que provoca la película termina por disipar los prejuicios, invitándonos a compartir unos soleados momentos en la vida de la protagonista.
Sally Hawkins recibió muchas nominaciones a diversos premios por su tremendo trabajo en Happy-Go-Lucky, y es indudable que el éxito de la cinta reposa en sus hombros. Pero no hay que descartar al excelente elenco de apoyo, sin el cual Poppy resultaría empalagosa e irreal. Ver cómo se adaptan a ella quienes la rodean es en gran medida lo que eleva la película a un nivel diferente. De hecho, creo que la auténtica profundidad del argumento no reside necesariamente en el análisis de la feliz protagonista, sino en la dinámica de la comunidad que habita; es algo así como un cultivo de microorganismos, donde la existencia de uno particularmente interesante no opaca la magia del maravilloso entorno que lo sostiene.
¿Cómo llegué a comparar amibas con una maestra escolar? No importa; y de igual manera no conviene cuestionar las causas o motivación de Poppy. Happy-Go-Lucky funciona mejor dejándose llevar por su contagioso entusiasmo y compartiendo los agridulces eventos que retrata. No podía esperar menos de Leigh: una comedia con genuino encanto que logra ser graciosa sin chistes forzados, y profunda sin barato sentimentalismo. Quizás no sea una obra de gran trascendencia (o tal vez sí); lo importante es que provoca sonrisas respaldadas por la reflexión... lo cual es siempre más satisfactorio y memorable que la fugaz carcajada del fácil chiste hollywoodense.
Calificación: 9
Aunque el director británico Mike Leigh sea más conocido por sus películas dramáticas (como Vera Drake, Naked y Secrets & Lies), es obvio que posee un sano sentido del humor por debajo de su solemnidad artística, como demostró en Career Girls y Topsy Turvy. Ese vivaz pero cálido Leigh es el que vemos detrás de Happy-Go-Lucky, un interesante estudio psicológico disfrazado de simpática comedia que emplea un personaje aparentemente frívolo para contar una historia profunda y rebosante de humanidad.
La trama sigue las peripecias de Poppy (Sally Hawkins), maestra de escuela londinense con una actitud incesantemente jovial y optimista que la impulsa a disfrutar de la vida enfocándose en lo bueno e ignorando lo malo. Y así vemos cómo esa inherente alegría moldea sus relaciones con amigos, familiares y conocidos, hasta que empezamos a sospechar que Poppy oculta algún secreto detrás de su irrefrenable desenfado.
El argumento es simple, pero basta para mantener el interés a lo largo de dos horas. No hay que esperar eventos catastróficos ni sorpresivas revelaciones; tan sólo contemplando la diaria navegación de Poppy en su rutinaria vida encontramos momentos de humor, realismo y meditación que al combinarse producen un fascinante y gracioso relato no basado en huecos chistes o gracejadas, sino en la fácil convivencia de la moderna clase media (al menos como la ve el utópico ojo de Leigh). Cierto, tanta felicidad puede abrumar al espectador adusto y amargado (como yo), pero a fin de cuentas la sonrisa casi constante que provoca la película termina por disipar los prejuicios, invitándonos a compartir unos soleados momentos en la vida de la protagonista.
Sally Hawkins recibió muchas nominaciones a diversos premios por su tremendo trabajo en Happy-Go-Lucky, y es indudable que el éxito de la cinta reposa en sus hombros. Pero no hay que descartar al excelente elenco de apoyo, sin el cual Poppy resultaría empalagosa e irreal. Ver cómo se adaptan a ella quienes la rodean es en gran medida lo que eleva la película a un nivel diferente. De hecho, creo que la auténtica profundidad del argumento no reside necesariamente en el análisis de la feliz protagonista, sino en la dinámica de la comunidad que habita; es algo así como un cultivo de microorganismos, donde la existencia de uno particularmente interesante no opaca la magia del maravilloso entorno que lo sostiene.
¿Cómo llegué a comparar amibas con una maestra escolar? No importa; y de igual manera no conviene cuestionar las causas o motivación de Poppy. Happy-Go-Lucky funciona mejor dejándose llevar por su contagioso entusiasmo y compartiendo los agridulces eventos que retrata. No podía esperar menos de Leigh: una comedia con genuino encanto que logra ser graciosa sin chistes forzados, y profunda sin barato sentimentalismo. Quizás no sea una obra de gran trascendencia (o tal vez sí); lo importante es que provoca sonrisas respaldadas por la reflexión... lo cual es siempre más satisfactorio y memorable que la fugaz carcajada del fácil chiste hollywoodense.
Calificación: 9
miércoles, 24 de junio de 2009
Transformers: La Venganza de los Caídos (Transformers: Revenge of the Fallen)
Unos días antes de ver Transformers: La Venganza de los Caídos, decidí darle una nueva mirada a la original Transformers, pues tenía la mejor intención de enfrentar la secuela con expectativas realistas y con memoria fresca de lo ocurrido en la primera cinta, por si hacía falta para entender la segunda. Qué iluso... por supuesto no hace falta recordar gran detalle para seguir la débil trama, aunque la experiencia me sirvió para apreciar el ligeramente más sustancioso argumento de la continuación, así como sus espectaculares efectos especiales.
Transformers: La Venganza de los Caídos se desarrolla dos años después de la primera película, durante los cuales más autobots llegaron a la Tierra, aliándose con el ejército norteamericano para combatir las ocasionales incursiones de los decepticons, que están buscando algo en distintos puntos del planeta. Eventualmente se revela que hace miles de años los predecesores de ambas facciones visitaron la Tierra y ocultaron un generador que produce la energía necesaria para preservar y continuar la especie robótica. Y cuando Sam (Shia LaBeouf) recibe accidentalmente un implante de información que podría señalar la ubicación de tal aparato, se convierte en el blanco de los decepticons, quienes no se detendrán ante nada para analizar el cerebro del joven. Entonces Sam y Mikaela (Megan Fox) deben huir de nuevo bajo la protección de sus aliados autobots para encontrar el generador y evitar que el misterioso líder de los decepticons lo use para conquistar el Universo.
Nuevamente encontramos un argumento apenas funcional que sólo sirve como punto de partida para detonar explosivas secuencias de efectos especiales. Y "explosivas" es la palabra correcta, pues sospecho que no ha existido una película con mayor exceso pirotécnico en la historia del cine. Sin embargo, el director Michael Bay cae en su habitual error: creer que la constante presencia de efectos especiales sostendrá la película durante dos horas y media, haciendo innecesaria la creación de personajes interesantes o legítimo drama. Al menos encontré la trama ligeramente más fluida y coherente. Está llena de forzadas situaciones y personajes innecesarios, pero existe una progresión lógica de eventos (o tan lógica como podemos esperar en la difusa mitología de los Transformers) que llevan al natural y épico enfrentamiento entre el bien y el mal. Desafortunadamente por cada escena digna de atención (como el rescate de un robot sumergido en el mar) hay demasiado relleno irrelevante. Sin revelar "spoilers", puedo dar como ejemplo la extensa y tediosa secuencia ubicada en un campus universitario, que se podría haber extirpado sin efecto alguno en la trama, ya que no tiene otra finalidad que introducir uno de los mencionados personajes innecesarios, y enseñarnos la ropa interior de la guapa actriz Isabel Lucas. Y no quiero ni recordar el penoso material "humorístico" que infecta la historia de principio a fin, desde los estridentes padres de Sam, hasta un par de étnicos autobots que me hicieron añorar la sutil y elegante gracia de Jar Jar Binks.
Además, sentí una especie de futilidad en la historia entera. Los titánicos robots son tan poderosos que los personajes se ven obligados a correr, huir o esconderse durante casi toda la película. Parecería que el conflicto entre autobots y decepticons funcionaría igualmente bien (o mal) sin la presencia de humanos. Hablando de lo cual, encontré curioso que John Turturro, la persona más desagradable en la primera película, resultó ser quien más me gustó en la segunda. La evolución de su personaje no es totalmente creíble (y sirve como excusa para más "humor"), pero encaja bien en el rango del actor y provoca el único diálogo en la película que realmente me hizo reír.
La impresión general que me dejó Transformers: La Venganza de los Caídos es que dentro de sus dos horas y media de ruido y frenesí está oculta una aceptable película de noventa minutos que fue saboteada por la influencia negativa de Michael Bay. Quizás con un director de verdad no veríamos tantas explosiones y destrucción, pero tendríamos un estilo más disciplinado, donde las escenas dramáticas fueran tratadas como escenas dramáticas, y no como pausas obligatorias que la vertiginosa cámara está ansiosa por abandonar. Por algo se llama "lenguaje cinematográfico"... y si Bay no lo sabe "hablar", será imposible comunicar algo significativo o relevante. No me malinterpreten... estoy a favor de romper las reglas cuando la situación lo amerite; el problema es que Bay no sabe distinguir cuándo usar su personal "visión creativa" y cuándo ceñirse a las más básicas reglas del cine para beneficio de la película.
Finalmente, debo mencionar los fenomenales efectos especiales. Y no me refiero necesariamente a los robots, que siguen siendo aglomeraciones de genéricas piezas metálicas, sin mucha forma ni peso físico. Pero los escenarios digitales, la integración de personajes animados con la realidad, y la general devastación que podemos ver en casi cada escena es impresionante, y sin duda uno de los mayores logros del legendario estudio Industrial Light & Magic. Por otro lado, Bay pierde nuevamente la oportunidad de evocar la nostalgia por los seminales juguetes, pues la conversión de robot a vehículo sigue siendo tan caótica y confusa como antes, y no nos deja apreciar el ingenio de su diseño y movimiento.
No me gusta hacerlo, pero a fin de cuentas tengo que darle una poco entusiasta recomendación a Transformers: La Venganza de los Caídos, simplemente porque no fue tan mala como la original, y porque un espectáculo visual de tal magnitud debe verse en la pantalla grande para apreciar el trabajo de los anónimos técnicos y artistas que sudaron para realizarlo. Y también porque me hizo gracia que el veterano y sólido actor Glenn Morshower (más conocido como el Agente Pierce en 24) tenga el papel de "General Morshower". Pero debo nuevamente advertir que el humor es más irritante que antes, los actores menos interesados en el drama y Bay más obsesionado con su fetiche por el "hardware" militar y robótico que impulsa la película entera. Nunca fui fan de la serie animada Transformers, pero creo que incluso las caricaturas mostraban más dignidad y celo narrativo que esta exagerada y costosa película. Y menos testículos metálicos.
Calificación: 6.5
Transformers: La Venganza de los Caídos se desarrolla dos años después de la primera película, durante los cuales más autobots llegaron a la Tierra, aliándose con el ejército norteamericano para combatir las ocasionales incursiones de los decepticons, que están buscando algo en distintos puntos del planeta. Eventualmente se revela que hace miles de años los predecesores de ambas facciones visitaron la Tierra y ocultaron un generador que produce la energía necesaria para preservar y continuar la especie robótica. Y cuando Sam (Shia LaBeouf) recibe accidentalmente un implante de información que podría señalar la ubicación de tal aparato, se convierte en el blanco de los decepticons, quienes no se detendrán ante nada para analizar el cerebro del joven. Entonces Sam y Mikaela (Megan Fox) deben huir de nuevo bajo la protección de sus aliados autobots para encontrar el generador y evitar que el misterioso líder de los decepticons lo use para conquistar el Universo.
Nuevamente encontramos un argumento apenas funcional que sólo sirve como punto de partida para detonar explosivas secuencias de efectos especiales. Y "explosivas" es la palabra correcta, pues sospecho que no ha existido una película con mayor exceso pirotécnico en la historia del cine. Sin embargo, el director Michael Bay cae en su habitual error: creer que la constante presencia de efectos especiales sostendrá la película durante dos horas y media, haciendo innecesaria la creación de personajes interesantes o legítimo drama. Al menos encontré la trama ligeramente más fluida y coherente. Está llena de forzadas situaciones y personajes innecesarios, pero existe una progresión lógica de eventos (o tan lógica como podemos esperar en la difusa mitología de los Transformers) que llevan al natural y épico enfrentamiento entre el bien y el mal. Desafortunadamente por cada escena digna de atención (como el rescate de un robot sumergido en el mar) hay demasiado relleno irrelevante. Sin revelar "spoilers", puedo dar como ejemplo la extensa y tediosa secuencia ubicada en un campus universitario, que se podría haber extirpado sin efecto alguno en la trama, ya que no tiene otra finalidad que introducir uno de los mencionados personajes innecesarios, y enseñarnos la ropa interior de la guapa actriz Isabel Lucas. Y no quiero ni recordar el penoso material "humorístico" que infecta la historia de principio a fin, desde los estridentes padres de Sam, hasta un par de étnicos autobots que me hicieron añorar la sutil y elegante gracia de Jar Jar Binks.
Además, sentí una especie de futilidad en la historia entera. Los titánicos robots son tan poderosos que los personajes se ven obligados a correr, huir o esconderse durante casi toda la película. Parecería que el conflicto entre autobots y decepticons funcionaría igualmente bien (o mal) sin la presencia de humanos. Hablando de lo cual, encontré curioso que John Turturro, la persona más desagradable en la primera película, resultó ser quien más me gustó en la segunda. La evolución de su personaje no es totalmente creíble (y sirve como excusa para más "humor"), pero encaja bien en el rango del actor y provoca el único diálogo en la película que realmente me hizo reír.
La impresión general que me dejó Transformers: La Venganza de los Caídos es que dentro de sus dos horas y media de ruido y frenesí está oculta una aceptable película de noventa minutos que fue saboteada por la influencia negativa de Michael Bay. Quizás con un director de verdad no veríamos tantas explosiones y destrucción, pero tendríamos un estilo más disciplinado, donde las escenas dramáticas fueran tratadas como escenas dramáticas, y no como pausas obligatorias que la vertiginosa cámara está ansiosa por abandonar. Por algo se llama "lenguaje cinematográfico"... y si Bay no lo sabe "hablar", será imposible comunicar algo significativo o relevante. No me malinterpreten... estoy a favor de romper las reglas cuando la situación lo amerite; el problema es que Bay no sabe distinguir cuándo usar su personal "visión creativa" y cuándo ceñirse a las más básicas reglas del cine para beneficio de la película.
Finalmente, debo mencionar los fenomenales efectos especiales. Y no me refiero necesariamente a los robots, que siguen siendo aglomeraciones de genéricas piezas metálicas, sin mucha forma ni peso físico. Pero los escenarios digitales, la integración de personajes animados con la realidad, y la general devastación que podemos ver en casi cada escena es impresionante, y sin duda uno de los mayores logros del legendario estudio Industrial Light & Magic. Por otro lado, Bay pierde nuevamente la oportunidad de evocar la nostalgia por los seminales juguetes, pues la conversión de robot a vehículo sigue siendo tan caótica y confusa como antes, y no nos deja apreciar el ingenio de su diseño y movimiento.
No me gusta hacerlo, pero a fin de cuentas tengo que darle una poco entusiasta recomendación a Transformers: La Venganza de los Caídos, simplemente porque no fue tan mala como la original, y porque un espectáculo visual de tal magnitud debe verse en la pantalla grande para apreciar el trabajo de los anónimos técnicos y artistas que sudaron para realizarlo. Y también porque me hizo gracia que el veterano y sólido actor Glenn Morshower (más conocido como el Agente Pierce en 24) tenga el papel de "General Morshower". Pero debo nuevamente advertir que el humor es más irritante que antes, los actores menos interesados en el drama y Bay más obsesionado con su fetiche por el "hardware" militar y robótico que impulsa la película entera. Nunca fui fan de la serie animada Transformers, pero creo que incluso las caricaturas mostraban más dignidad y celo narrativo que esta exagerada y costosa película. Y menos testículos metálicos.
Calificación: 6.5
lunes, 22 de junio de 2009
Razortooth
No sé si dentro de cuarenta o cincuenta años habrá masoquistas aficionados al cine fantástico que vean las dos últimas décadas con el mismo cariño que yo siento por el período comprendido entre 1950 y 1970. Fue entonces cuando tuvo su primer "boom" el barato cine de monstruos realizado con pocos recursos, mediano talento y mucha ambición, distribuyéndose en auto-cinemas, cines de “segunda” y el incipiente mercado de la televisión local. Para bien o para mal estamos viviendo el renacimiento de esa tendencia, pues aunque la animación digital parezca hoy más avanzada que el látex y yeso de antaño, sigue vigente el mismo espíritu de mediocridad y entusiasmo que se manifestó hace medio siglo. Y el auto-cinema y la televisión local han sido reemplazadas por cientos de canales de cable, video-clubes y distribución directa a DVD, haciendo aún más viable la recaudación de ganancias con cualquier bodrio que alcance un mínimo nivel de calidad... o al menos cumpla las bajas expectativas de su hambriento público, entre el que me cuento.
Razortooth es un excelente ejemplo para ilustrar tal fenómeno. No dudo que será inaceptable para cualquier "conocedor" de cine, pero resulta irresistible para quienes sólo necesitamos un monstruo mutante, un poco de sangre y algo de humor para pasar un buen rato. La trama (si puede llamársela así) muestra lo que ocurre cuando un científico altera genéticamente una variedad de anguila asiática que por accidente está prosperando en los pantanos de Florida, en los Estados Unidos. Entonces, habiendo establecido al feroz monstruo, sólo queda esperar que varios desafortunados habitantes del pueblo vecino encuentren su fin entre los afilados dientes de la enorme bestia. Tales habitantes incluyen el obligatorio grupo de estudiantes que exploran la fauna local; un club infantil de canoa, navegando inocentemente sobra las peligrosas aguas del pantano; los inquilinos de un "trailer park" sedientos de venganza; un par de prófugos prisioneros; y nuestro héroe, Delmar (Dough Swander), oficial local y ex-esposo de la alguacil del pueblo. Sobra decir que pocos de ellos sobrevivirán, pues nadie cree que el largo desfile de cadáveres despedazados sea el producto de un animal acuático usualmente pequeño y tranquilo.
No espero gran inteligencia o pulido drama en un "creature feature", pero siempre se agradece cuando el director (o directora, en este caso) tiene la más leve noción de flujo narrativo. Créanme que he pasado demasiado tiempo tratando de comprender incongruentes películas sin pies ni cabeza, quizás improvisadas y más allá de ser rescatadas por algún atormentado editor. Razortooth evita ese problema con un libreto claro y dinámico, no siempre lógico pero bien estructurado, y con buenas dosis de humor para balancear las sangrientas hazañas de la bestia digital. Al menos espero que el humor haya sido intencional. En vez de escribir malos chistes, la directora Patricia Harrington (previamente conocida como actriz en la épica cormanesca Carnosaur) decidió abrazar la irrefrenable estupidez del libreto, aprovechando sus ridículos personajes y torpes situaciones para generar algunas risas con la tácita complicidad del espectador. Después de todo, con actuaciones tan malas, sólo puedo pensar que Harrington quiso parodiar el género, y de paso burlarse un poco de los clichés que toman demasiado en serio otras películas menos divertidas pero igualmente mediocres.
Los efectos especiales son apropiados para la intención de la película. La criatura digital está bien animada e iluminada, aunque en algunas escenas parece stop motion, quizás por haberse generado a una velocidad de cuadros por segundo distinta a la requerida. La interacción con elementos filmados (como agua o sus víctimas) no resiste mucho análisis; y desde luego sufre de constantes cambios de tamaño según las necesidades de cada escena; en algunas la anguila es tan larga como un autobús, y se desplaza como rayo sobre tierra firme; en otras parece medir un par de metros y, si hace falta generar suspenso, puede ser tan lenta que no logra alcanzar al héroe que corre trabajosamente en el pantano, con el agua hasta las rodillas. Pero bueno... esa inconsistencia es una de tantas herramientas disponibles para el director (o directora) de cine "B", pues están seguros de que no habrá nadie tan obsesivo o estúpido como para gastar tiempo analizando los detalles.
Mucho gusto... mi nombre es Pablo.
En resumen, nadie que se precie de buen cinéfilo deberá acercarse a esta película. Pero para los curtidos exploradores del detritus fílmico sirva esto como una modesta recomendación. Razortooth me pareció menos divertida que Frankenfish, Supergator o Kraken: Tentacles of the Deep. Sin embargo su constante ridiculez me mantuvo divertido durante hora y media, lo cual no han logrado muchas películas ganadoras de Óscares o aclamadas por la crítica mundial. No sé si eso habla mal de mi o bien de la película, pero como quiera que sea disfruté la experiencia. Y, ¡sorpresa! Una "inesperada" revelación final nos promete una secuela. Más anguilas, mismo precio. No puedo esperar.
Calificación: 6.5
Razortooth es un excelente ejemplo para ilustrar tal fenómeno. No dudo que será inaceptable para cualquier "conocedor" de cine, pero resulta irresistible para quienes sólo necesitamos un monstruo mutante, un poco de sangre y algo de humor para pasar un buen rato. La trama (si puede llamársela así) muestra lo que ocurre cuando un científico altera genéticamente una variedad de anguila asiática que por accidente está prosperando en los pantanos de Florida, en los Estados Unidos. Entonces, habiendo establecido al feroz monstruo, sólo queda esperar que varios desafortunados habitantes del pueblo vecino encuentren su fin entre los afilados dientes de la enorme bestia. Tales habitantes incluyen el obligatorio grupo de estudiantes que exploran la fauna local; un club infantil de canoa, navegando inocentemente sobra las peligrosas aguas del pantano; los inquilinos de un "trailer park" sedientos de venganza; un par de prófugos prisioneros; y nuestro héroe, Delmar (Dough Swander), oficial local y ex-esposo de la alguacil del pueblo. Sobra decir que pocos de ellos sobrevivirán, pues nadie cree que el largo desfile de cadáveres despedazados sea el producto de un animal acuático usualmente pequeño y tranquilo.
No espero gran inteligencia o pulido drama en un "creature feature", pero siempre se agradece cuando el director (o directora, en este caso) tiene la más leve noción de flujo narrativo. Créanme que he pasado demasiado tiempo tratando de comprender incongruentes películas sin pies ni cabeza, quizás improvisadas y más allá de ser rescatadas por algún atormentado editor. Razortooth evita ese problema con un libreto claro y dinámico, no siempre lógico pero bien estructurado, y con buenas dosis de humor para balancear las sangrientas hazañas de la bestia digital. Al menos espero que el humor haya sido intencional. En vez de escribir malos chistes, la directora Patricia Harrington (previamente conocida como actriz en la épica cormanesca Carnosaur) decidió abrazar la irrefrenable estupidez del libreto, aprovechando sus ridículos personajes y torpes situaciones para generar algunas risas con la tácita complicidad del espectador. Después de todo, con actuaciones tan malas, sólo puedo pensar que Harrington quiso parodiar el género, y de paso burlarse un poco de los clichés que toman demasiado en serio otras películas menos divertidas pero igualmente mediocres.
Los efectos especiales son apropiados para la intención de la película. La criatura digital está bien animada e iluminada, aunque en algunas escenas parece stop motion, quizás por haberse generado a una velocidad de cuadros por segundo distinta a la requerida. La interacción con elementos filmados (como agua o sus víctimas) no resiste mucho análisis; y desde luego sufre de constantes cambios de tamaño según las necesidades de cada escena; en algunas la anguila es tan larga como un autobús, y se desplaza como rayo sobre tierra firme; en otras parece medir un par de metros y, si hace falta generar suspenso, puede ser tan lenta que no logra alcanzar al héroe que corre trabajosamente en el pantano, con el agua hasta las rodillas. Pero bueno... esa inconsistencia es una de tantas herramientas disponibles para el director (o directora) de cine "B", pues están seguros de que no habrá nadie tan obsesivo o estúpido como para gastar tiempo analizando los detalles.
Mucho gusto... mi nombre es Pablo.
En resumen, nadie que se precie de buen cinéfilo deberá acercarse a esta película. Pero para los curtidos exploradores del detritus fílmico sirva esto como una modesta recomendación. Razortooth me pareció menos divertida que Frankenfish, Supergator o Kraken: Tentacles of the Deep. Sin embargo su constante ridiculez me mantuvo divertido durante hora y media, lo cual no han logrado muchas películas ganadoras de Óscares o aclamadas por la crítica mundial. No sé si eso habla mal de mi o bien de la película, pero como quiera que sea disfruté la experiencia. Y, ¡sorpresa! Una "inesperada" revelación final nos promete una secuela. Más anguilas, mismo precio. No puedo esperar.
Calificación: 6.5
domingo, 21 de junio de 2009
Los Muros (Walled In)
Nota: Publiqué la crítica de esta película en abril del 2009, pero debido a su reciente estreno en México vuelvo a postearla para comodidad de los lectores.
Walled In es un buen ejemplo del tipo de película que da mala fama al género de terror. Está razonablemente bien filmada; las actuaciones cumplen su cometido, aunque nadie las llamaría "buenas"; los efectos especiales pueden parecer rudimentarios pero muestran apropiada estética. Sin embargo el libreto desperdicia todos esos aciertos en una historia torpe, obviamente construida "en reversa"; quizás sus productores obtuvieron acceso a una locación particular y entonces pensaron en todas las escenas "escalofriantes" que podrían filmar ahí (inspirándose en otras películas de terror). Eso bastó para armar la trama, sin preocuparse mucho porque resultara creíble o interesante. Obviamente estamos en presencia de cine independiente pero mercantilista, que sólo busca beneficio económico... a diferencia de aquel cine independiente cuya finalidad real es expresar la visión de un grupo de cineastas cortos en recursos pero anchos en ideas.
No me opongo a que los productores ganen dinero con sus películas; al contrario, me alegra que así sea. El problema viene cuando tal ganancia se convierte en el motivador principal de la producción, y reemplaza el deseo de contar una historia con inteligencia o al menos con entusiasmo. En fin... como dicen, para muestra basta un botón:
Walled In sigue a Sam Walzcak (Mischa Barton), encargada de realizar un estudio estructural del Edificio Malestrazza antes de su demolición. Parece simple, pero el edificio resulta ser una monolítica estructura incongruentemente ubicada en mitad de una pradera, donde aún viven Mary (Deborah Kara Unger), la encargada de la propiedad; su hijo Jimmy (Cameron Bright); y algunos otros pintorescos inquilinos que vagan por los laberínticos corredores y sombríos departamentos que conforman el inmueble. Entonces, cuando Sam empieza a escuchar voces provenientes de las paredes, inicia una particular investigación en el pasado de la construcción... donde años atrás ocurrieron varios asesinatos al mismo tiempo que desapareció el excéntrico arquitecto que diseñó el siniestro edificio.
El guión se escribe por sí solo; voces misteriosas, cadáveres ocultos en las paredes, una joven mujer acechada por fuerzas sobrenaturales... no hay nada nuevo en Walled In, pero su mediocridad genera algún beneficio: los clichés y convencionalismos que la integran están empleados de manera impredecible, de modo que el aburrimiento que provoca está ocasionalmente atenuado por el suspenso involuntario de no saber hacia dónde se dirige su historia. Eventualmente se vuelve obvio que cualquier esbozo de ingenio es meramente accidental, pero agradezco esos contados momentos de incertidumbre en una película armada con retazos de mejores guiones. Por ejemplo, ¿un repentino maullido de gato para asustar al espectador? ¿En serio alguien sigue usando este cansado cliché? Bueno, al menos el gato es de cartón... supongo que eso es nuevo. También consideraron buena idea usar la célebre rima infantil que aparece en las películas de Nightmare on Elm Street. Claro, la letra es distinta, pero la tonadilla es inconfundible... ¿pensaron que nadie lo notaría? ¿O simplemente quisieron recordarnos una mejor película de terror en medio de su mediocre obra? Y la lista continúa: sangre que gotea de las paredes, surrealistas pesadillas, tenebrosas siluetas apenas visibles en la oscuridad... y la siempre útil expedición al sótano (¡en ropa interior! Gracias, Srita. Barton) con una linterna de mano que fallará en el momento más inoportuno. Por cierto, las numerosas escenas que supuestamente requieren a Barton desnuda están torpemente encuadradas para mantener intacta su modestia; respeto por completo su decisión... pero es tan obvia la incomodidad del director y la actriz en esas situaciones que me pregunto si no hubiera convenido contratar a alguien más “liberal”. La cinta perdería el dudoso prestigio de tener a Mischa Barton en su elenco, aunque a cambio ofrecería una cinematografía menos forzada y más flexible.
Queda poco por decir. La resolución del misterio no sólo es predecible sino blanda. Prácticamente no hay sangre ni genuino terror, además de los consabidos sobresaltos baratos que provocan risa por su estupidez (después del del gato de cartón, el peor es... un ramo de flores). Mischa Barton resulta ser una competente víctima, y ha mejorado un poco su técnica histriónica desde The O.C., pero no mucho. De cualquier modo aprecio que trate de parecer una actriz seria "desglamorizándose" lo más posible (ojalá no espere el mismo resultado que tuvieron los "afeamientos" de Angelina Jolie o Charlize Theron). Deborah Kara Unger aporta la usual dosis de locura e inestabilidad emocional, y el otrora niño actor Cameron Bright se ha convertido en un anónimo adolescente de genérica presencia. No hay razón alguna para recomendar Walled In cuando ha habido mejores películas de "terror arquitectónico", como los re-makes de Toolbox Murders y 13 Ghosts. Y cuando estoy recomendando re-makes en vez de películas "originales" queda clara la magnitud del problema.
Calificación: 3
Walled In es un buen ejemplo del tipo de película que da mala fama al género de terror. Está razonablemente bien filmada; las actuaciones cumplen su cometido, aunque nadie las llamaría "buenas"; los efectos especiales pueden parecer rudimentarios pero muestran apropiada estética. Sin embargo el libreto desperdicia todos esos aciertos en una historia torpe, obviamente construida "en reversa"; quizás sus productores obtuvieron acceso a una locación particular y entonces pensaron en todas las escenas "escalofriantes" que podrían filmar ahí (inspirándose en otras películas de terror). Eso bastó para armar la trama, sin preocuparse mucho porque resultara creíble o interesante. Obviamente estamos en presencia de cine independiente pero mercantilista, que sólo busca beneficio económico... a diferencia de aquel cine independiente cuya finalidad real es expresar la visión de un grupo de cineastas cortos en recursos pero anchos en ideas.
No me opongo a que los productores ganen dinero con sus películas; al contrario, me alegra que así sea. El problema viene cuando tal ganancia se convierte en el motivador principal de la producción, y reemplaza el deseo de contar una historia con inteligencia o al menos con entusiasmo. En fin... como dicen, para muestra basta un botón:
Walled In sigue a Sam Walzcak (Mischa Barton), encargada de realizar un estudio estructural del Edificio Malestrazza antes de su demolición. Parece simple, pero el edificio resulta ser una monolítica estructura incongruentemente ubicada en mitad de una pradera, donde aún viven Mary (Deborah Kara Unger), la encargada de la propiedad; su hijo Jimmy (Cameron Bright); y algunos otros pintorescos inquilinos que vagan por los laberínticos corredores y sombríos departamentos que conforman el inmueble. Entonces, cuando Sam empieza a escuchar voces provenientes de las paredes, inicia una particular investigación en el pasado de la construcción... donde años atrás ocurrieron varios asesinatos al mismo tiempo que desapareció el excéntrico arquitecto que diseñó el siniestro edificio.
El guión se escribe por sí solo; voces misteriosas, cadáveres ocultos en las paredes, una joven mujer acechada por fuerzas sobrenaturales... no hay nada nuevo en Walled In, pero su mediocridad genera algún beneficio: los clichés y convencionalismos que la integran están empleados de manera impredecible, de modo que el aburrimiento que provoca está ocasionalmente atenuado por el suspenso involuntario de no saber hacia dónde se dirige su historia. Eventualmente se vuelve obvio que cualquier esbozo de ingenio es meramente accidental, pero agradezco esos contados momentos de incertidumbre en una película armada con retazos de mejores guiones. Por ejemplo, ¿un repentino maullido de gato para asustar al espectador? ¿En serio alguien sigue usando este cansado cliché? Bueno, al menos el gato es de cartón... supongo que eso es nuevo. También consideraron buena idea usar la célebre rima infantil que aparece en las películas de Nightmare on Elm Street. Claro, la letra es distinta, pero la tonadilla es inconfundible... ¿pensaron que nadie lo notaría? ¿O simplemente quisieron recordarnos una mejor película de terror en medio de su mediocre obra? Y la lista continúa: sangre que gotea de las paredes, surrealistas pesadillas, tenebrosas siluetas apenas visibles en la oscuridad... y la siempre útil expedición al sótano (¡en ropa interior! Gracias, Srita. Barton) con una linterna de mano que fallará en el momento más inoportuno. Por cierto, las numerosas escenas que supuestamente requieren a Barton desnuda están torpemente encuadradas para mantener intacta su modestia; respeto por completo su decisión... pero es tan obvia la incomodidad del director y la actriz en esas situaciones que me pregunto si no hubiera convenido contratar a alguien más “liberal”. La cinta perdería el dudoso prestigio de tener a Mischa Barton en su elenco, aunque a cambio ofrecería una cinematografía menos forzada y más flexible.
Queda poco por decir. La resolución del misterio no sólo es predecible sino blanda. Prácticamente no hay sangre ni genuino terror, además de los consabidos sobresaltos baratos que provocan risa por su estupidez (después del del gato de cartón, el peor es... un ramo de flores). Mischa Barton resulta ser una competente víctima, y ha mejorado un poco su técnica histriónica desde The O.C., pero no mucho. De cualquier modo aprecio que trate de parecer una actriz seria "desglamorizándose" lo más posible (ojalá no espere el mismo resultado que tuvieron los "afeamientos" de Angelina Jolie o Charlize Theron). Deborah Kara Unger aporta la usual dosis de locura e inestabilidad emocional, y el otrora niño actor Cameron Bright se ha convertido en un anónimo adolescente de genérica presencia. No hay razón alguna para recomendar Walled In cuando ha habido mejores películas de "terror arquitectónico", como los re-makes de Toolbox Murders y 13 Ghosts. Y cuando estoy recomendando re-makes en vez de películas "originales" queda clara la magnitud del problema.
Calificación: 3
sábado, 20 de junio de 2009
La Propuesta (The Proposal)
Muchas veces he admitido odiar las comedias románticas, y no es sólo por la cansada fórmula que siguen, ni por el sentimentalismo artificial con el que buscan promover arcaicos y poco realistas estándares de "romance"... bueno, esas son excelentes razones para odiarlas. Sin embargo, más importante aún es que se hacen llamar "comedias" pero rara vez son genuinamente graciosas. Y no me refiero a la hueca "gracia" de las obligatorias humillaciones públicas que el protagonista debe afrontar para ganar el corazón de su amada; ni al barato "slapstick" con tropiezos, caídas y pastelazos. Me refiero al humor real, no necesariamente inteligente, pero honesto, que nos haga reír porque queremos, y no porque nos sintamos obligados a hacerlo, como robots condicionados por las risas grabadas de los sitcoms norteamericanos.
Por eso me gustó La Propuesta. Porque me hizo reír. No a carcajadas, pero algo es algo.
Por lo demás, la película no podría ser más previsible: La poderosa editora Margaret Tate (Sandra Bullock) tiene aterrorizados a los empleados de una prestigiosa casa editorial en Nueva York. El más sufrido de sus vasallos es Andrew Paxton (Ryan Reynolds), asistente eficiente y discreto que tolera a su odiosa jefa por la vaga promesa de un importante ascenso. Entonces, cuando Margaret recibe la inesperada noticia de que será deportada a su nativa Canadá por un problema con su visa de trabajo, decide implicar a su fiel ayudante en un plan absurdo e ilegal: contraer matrimonio para ganar la ciudadanía norteamericana y conservar su empleo. A cambio, le dará a Andrew la promoción que tanto espera. El joven se resiste al principio, pues como cómplice de un crimen federal podría ser severamente castigado. Pero la astuta Margaret logra persuadirlo y deciden pasar unos días en Alaska, con la familia de Andrew, donde anunciarán su "compromiso" y podrán conocerse a fondo, lo cual es indispensable para aprobar el examen del Servicio de Inmigración que investiga la validez de tales matrimonios. El problema es que Margaret se muestra arrogante y exigente, mientras que Andrew es sencillo y accesible... obviamente son incompatibles, y nada podrá acercarlos románticamente... ¡¿o sí?! ¡Qué suspenso!
Es fácil burlarse de Sandra Bullock y su larga cadena de comedias románticas apenas distinguibles por la variedad de galanes que la persiguen. Pero no se puede negar su natural atractivo y su chispeante personalidad, que la hace inmediatamente agradable para el público, sobre todo cuando su atolondrada actitud la pone en posiciones absurdas y graciosas. Como cualquier actor, está sujeta a la calidad del libreto que interpreta, pero en muchas ocasiones Bullock ha rescatado cintas genéricas con la pura fuerza de su presencia. Exactamente lo mismo puedo decir de Ryan Reynolds, cuya larga lista de mediocres películas tienen una cosa en común: Reynolds ha sido la mejor parte de ellas. Su espontáneo y cínico humor le confieren un atributo soñado por muchas estrellas: lograr ser atractivo para las mujeres y simpático para los hombres.
Aclaro que no los considero buenos actores... sin embargo ambos saben elegir papeles que encajan en su rango de aptitud, y por eso su desempeño es consistentemente agradable... como lo demuestra La Propuesta. El libreto no es nada original (¿alguien dijo Green Card?), pero dentro de su trillada historia logra distribuir bastantes situaciones que explotan el talento de la pareja; en otras palabras, las partes individuales de la película funcionan mucho mejor que la experiencia total. Claro que no todas sus partes son afortunadas; hay un par de secuencias que causan irritación o aburrimiento (como un forzado baile nativo en el bosque, o la innecesaria conclusión en las oficinas de Margaret). Pero también hay abundantes escenas cuyo humor proviene de la personalidad de la pareja, y no de los desvaríos impuestos por el libreto. Y aunque no soy experto, creo que esa es la marca de una buena comedia, independientemente de su argumento.
Quizás haya gente que aprecie La Propuesta por el romance de la película; por el beso que enciende el inesperado amor entre Margaret y Andrew; por las conversaciones que muestran la evolución de sus sentimientos; o por el "gran gesto" que resuelve todos los problemas y sella su destino. Confieso que todo eso me tiene sin cuidado; no obstante siento necesario recomendarla porque me divirtió el dinámico trabajo de Sandra Bullock y Ryan Reynolds, nuevamente rescatando una historia que no lo merece. Pero si algo he aprendido después de ver tantas comedias románticas, es que son como el matrimonio: es mejor aferrarse a las partes buenas para sobrellevar las partes malas.
Calificación: 7.5
Por eso me gustó La Propuesta. Porque me hizo reír. No a carcajadas, pero algo es algo.
Por lo demás, la película no podría ser más previsible: La poderosa editora Margaret Tate (Sandra Bullock) tiene aterrorizados a los empleados de una prestigiosa casa editorial en Nueva York. El más sufrido de sus vasallos es Andrew Paxton (Ryan Reynolds), asistente eficiente y discreto que tolera a su odiosa jefa por la vaga promesa de un importante ascenso. Entonces, cuando Margaret recibe la inesperada noticia de que será deportada a su nativa Canadá por un problema con su visa de trabajo, decide implicar a su fiel ayudante en un plan absurdo e ilegal: contraer matrimonio para ganar la ciudadanía norteamericana y conservar su empleo. A cambio, le dará a Andrew la promoción que tanto espera. El joven se resiste al principio, pues como cómplice de un crimen federal podría ser severamente castigado. Pero la astuta Margaret logra persuadirlo y deciden pasar unos días en Alaska, con la familia de Andrew, donde anunciarán su "compromiso" y podrán conocerse a fondo, lo cual es indispensable para aprobar el examen del Servicio de Inmigración que investiga la validez de tales matrimonios. El problema es que Margaret se muestra arrogante y exigente, mientras que Andrew es sencillo y accesible... obviamente son incompatibles, y nada podrá acercarlos románticamente... ¡¿o sí?! ¡Qué suspenso!
Es fácil burlarse de Sandra Bullock y su larga cadena de comedias románticas apenas distinguibles por la variedad de galanes que la persiguen. Pero no se puede negar su natural atractivo y su chispeante personalidad, que la hace inmediatamente agradable para el público, sobre todo cuando su atolondrada actitud la pone en posiciones absurdas y graciosas. Como cualquier actor, está sujeta a la calidad del libreto que interpreta, pero en muchas ocasiones Bullock ha rescatado cintas genéricas con la pura fuerza de su presencia. Exactamente lo mismo puedo decir de Ryan Reynolds, cuya larga lista de mediocres películas tienen una cosa en común: Reynolds ha sido la mejor parte de ellas. Su espontáneo y cínico humor le confieren un atributo soñado por muchas estrellas: lograr ser atractivo para las mujeres y simpático para los hombres.
Aclaro que no los considero buenos actores... sin embargo ambos saben elegir papeles que encajan en su rango de aptitud, y por eso su desempeño es consistentemente agradable... como lo demuestra La Propuesta. El libreto no es nada original (¿alguien dijo Green Card?), pero dentro de su trillada historia logra distribuir bastantes situaciones que explotan el talento de la pareja; en otras palabras, las partes individuales de la película funcionan mucho mejor que la experiencia total. Claro que no todas sus partes son afortunadas; hay un par de secuencias que causan irritación o aburrimiento (como un forzado baile nativo en el bosque, o la innecesaria conclusión en las oficinas de Margaret). Pero también hay abundantes escenas cuyo humor proviene de la personalidad de la pareja, y no de los desvaríos impuestos por el libreto. Y aunque no soy experto, creo que esa es la marca de una buena comedia, independientemente de su argumento.
Quizás haya gente que aprecie La Propuesta por el romance de la película; por el beso que enciende el inesperado amor entre Margaret y Andrew; por las conversaciones que muestran la evolución de sus sentimientos; o por el "gran gesto" que resuelve todos los problemas y sella su destino. Confieso que todo eso me tiene sin cuidado; no obstante siento necesario recomendarla porque me divirtió el dinámico trabajo de Sandra Bullock y Ryan Reynolds, nuevamente rescatando una historia que no lo merece. Pero si algo he aprendido después de ver tantas comedias románticas, es que son como el matrimonio: es mejor aferrarse a las partes buenas para sobrellevar las partes malas.
Calificación: 7.5
viernes, 19 de junio de 2009
17 Otra Vez (17 Again)
No tenía muchas ganas de ver 17 Otra Vez, pero me convenció el elenco de buenos comediantes y el hecho de que su director fue Burr Steers, quien me impresionó bastante hace unos años con Igby Goes Down. Obviamente no podía esperar algo tan impredecible y subversivo en esta sencilla comedia familiar, pero consideré posible que la mera presencia del cineasta añadiría algo interesante a la típica receta de "mente de adulto en cuerpo de joven". En cierto modo fue así, pero no por eso quedé satisfecho.
La cinta comienza con un breve prólogo ubicado en 1989, donde vemos al joven de diecisiete años Mike O'Donnell (Zac Efron) abandonar un brillante futuro como deportista para conservar a su novia Scarlett (Allison Miller). A continuación saltamos veinte años en el futuro, para encontrar al mismo O'Donnell (Matthew Perry) como un amargado adulto, al borde del divorcio y menospreciado por sus hijos Alex (Sterling Knight) y Maggie (Michelle Trachtenberg). Pero gracias a la intervención de un mágico anciano, Mike encuentra la oportunidad de rectificar su vida cuando se ve transformado en el adolescente que alguna vez fue. Entonces, aprovechando la situación, decide ingresar a la escuela de sus hijos para acercarse más a ellos y ayudarlos a ganar confianza en sí mismos... y de paso convencer a su esposa del error que sería divorciarse.
Creo que he visto alrededor de diez películas sobre intercambio de cuerpos, mentes, edades, cerebros, etc., desde la original Freaky Friday hasta su reciente re-make, sin olvidar la ola de cintas ochenteras con similar argumento (Big; Like Father, Like Son; Vice Versa; Dream a Little Dream... ¿olvidé alguna?). Baste decir que no esperaba algo original en 17 Otra Vez, pues aunque existan distintas variaciones de la fórmula (mente joven en cuerpo adulto, mente adulta en cuerpo joven, viaje en el tiempo, etc.) podemos estar seguros de que el protagonista aprenderá valiosas lecciones que lo harán apreciar más su vida cuando se restaure la normalidad. Por eso la primera mitad de la historia me pareció insoportablemente tediosa; el guión de 17 Otra Vez está construido con desechos de todas las películas mencionadas, y mi expectativa cayó al suelo pensando que seguiríamos el predecible camino hasta el final feliz. Por suerte la trama mejora durante su segunda mitad, no tanto porque la historia tome un rumbo distinto, sino porque la dinámica entre el joven Mike y su mejor amigo Ned se siente sincera y es bastante divertida; cosa curiosa, pues los comediantes que yo esperaba disfrutar (como Matthew Perry, Melora Hardin y Nicole Sullivan) se ven opacados por la pareja de Zac Efron y Thomas Lennon. Desafortunadamente esas escenas representan un pequeño porcentaje de la película, dejando al resto sumido en los obligatorios clichés sentimentales que ya conocemos, y que no mejoran con el tiempo.
Obligatorio párrafo sobre Zac Efron: con la excepción del episodio de Saturday Night Live en el que participó, no había visto nada con este afamado actor (bueno, vi Hairspray, pero no lo recuerdo en ella); entiendo la razón de su popularidad entre el público femenino (y parte del masculino, seguramente), y admito que tiene carisma y excelente presencia escénica, pero su interpretación carece de peso y profundidad. Al igual que otros actores juveniles (como Michael Cera y Jonah Hill) quizás esté destinado a hacer el mismo papel toda su vida... lo cual no es necesariamente malo cuando el material es bueno. 17 Otra Vez no califica como "material bueno", pero contiene suficiente humor y prefabricada emoción para merecer una tenue recomendación; ni es una blanda y antiséptica cinta infantil estilo Disney, ni llega al extremo de las vulgares comedias juveniles modernas. Supongo que es sano entretenimiento familiar, sin muchas sorpresas, con algunas risas y una predecible conclusión. Estoy seguro de que la olvidaré en cuanto termine de escribir este párrafo, pero al menos me mantuvo entretenido un rato, sin grandes resultados... pero sin grandes pretensiones.
Calificación: 6
La cinta comienza con un breve prólogo ubicado en 1989, donde vemos al joven de diecisiete años Mike O'Donnell (Zac Efron) abandonar un brillante futuro como deportista para conservar a su novia Scarlett (Allison Miller). A continuación saltamos veinte años en el futuro, para encontrar al mismo O'Donnell (Matthew Perry) como un amargado adulto, al borde del divorcio y menospreciado por sus hijos Alex (Sterling Knight) y Maggie (Michelle Trachtenberg). Pero gracias a la intervención de un mágico anciano, Mike encuentra la oportunidad de rectificar su vida cuando se ve transformado en el adolescente que alguna vez fue. Entonces, aprovechando la situación, decide ingresar a la escuela de sus hijos para acercarse más a ellos y ayudarlos a ganar confianza en sí mismos... y de paso convencer a su esposa del error que sería divorciarse.
Creo que he visto alrededor de diez películas sobre intercambio de cuerpos, mentes, edades, cerebros, etc., desde la original Freaky Friday hasta su reciente re-make, sin olvidar la ola de cintas ochenteras con similar argumento (Big; Like Father, Like Son; Vice Versa; Dream a Little Dream... ¿olvidé alguna?). Baste decir que no esperaba algo original en 17 Otra Vez, pues aunque existan distintas variaciones de la fórmula (mente joven en cuerpo adulto, mente adulta en cuerpo joven, viaje en el tiempo, etc.) podemos estar seguros de que el protagonista aprenderá valiosas lecciones que lo harán apreciar más su vida cuando se restaure la normalidad. Por eso la primera mitad de la historia me pareció insoportablemente tediosa; el guión de 17 Otra Vez está construido con desechos de todas las películas mencionadas, y mi expectativa cayó al suelo pensando que seguiríamos el predecible camino hasta el final feliz. Por suerte la trama mejora durante su segunda mitad, no tanto porque la historia tome un rumbo distinto, sino porque la dinámica entre el joven Mike y su mejor amigo Ned se siente sincera y es bastante divertida; cosa curiosa, pues los comediantes que yo esperaba disfrutar (como Matthew Perry, Melora Hardin y Nicole Sullivan) se ven opacados por la pareja de Zac Efron y Thomas Lennon. Desafortunadamente esas escenas representan un pequeño porcentaje de la película, dejando al resto sumido en los obligatorios clichés sentimentales que ya conocemos, y que no mejoran con el tiempo.
Obligatorio párrafo sobre Zac Efron: con la excepción del episodio de Saturday Night Live en el que participó, no había visto nada con este afamado actor (bueno, vi Hairspray, pero no lo recuerdo en ella); entiendo la razón de su popularidad entre el público femenino (y parte del masculino, seguramente), y admito que tiene carisma y excelente presencia escénica, pero su interpretación carece de peso y profundidad. Al igual que otros actores juveniles (como Michael Cera y Jonah Hill) quizás esté destinado a hacer el mismo papel toda su vida... lo cual no es necesariamente malo cuando el material es bueno. 17 Otra Vez no califica como "material bueno", pero contiene suficiente humor y prefabricada emoción para merecer una tenue recomendación; ni es una blanda y antiséptica cinta infantil estilo Disney, ni llega al extremo de las vulgares comedias juveniles modernas. Supongo que es sano entretenimiento familiar, sin muchas sorpresas, con algunas risas y una predecible conclusión. Estoy seguro de que la olvidaré en cuanto termine de escribir este párrafo, pero al menos me mantuvo entretenido un rato, sin grandes resultados... pero sin grandes pretensiones.
Calificación: 6
jueves, 18 de junio de 2009
Nothing But the Truth
Estoy listo para declarar a Rod Lurie como un potencial sucesor de Oliver Stone. No del blando Oliver Stone moderno, ni del frenético rebelde del pasado, sino del maduro cineasta que tomó secas premisas y las transformó en fascinantes historias gracias a su excepcional visión. Igual que Stone, Lurie ha mantenido un bajo perfil en años recientes, pero sus mejores cintas poseen esa intensa energía y tenaz convicción que las hace hipnóticas, muy entretenidas y sustanciosas.
Todo lo cual describe Nothing But the Truth, la más reciente cinta de Lurie, que desafortunadamente no se exhibió en cines de los Estados Unidos por problemas económicos de su distribuidor (lo cual quizás la excluyó de competencia para Óscares, Globos de Oro y demás premios cinematográficos). Con suerte, su reciente lanzamiento en DVD le dará más difusión para beneficio propio y del público, pues se trata de un fascinante relato político, libre de partidismo y con un emotivo centro humano, en el que las ambiguas políticas del gobierno norteamericano dejan de ser abstractas palabras para convertirse en tangibles situaciones que afectan la vida de muchas personas... incluso cuando no lo saben.
La trama comienza con un atentado contra el Presidente de los Estados Unidos, del que sale vivo, pero herido. La investigación posterior revela que el ataque provino de Venezuela, y se inician represalias bélicas contra ese país. Meses después, la valiente reportera Rachel Armstrong (Kate Beckinsale) escribe un provocativo artículo donde revela la identidad de una agente de la CIA que desmintió la conexión entre Venezuela y el atentado, lo cual podría haber evitado la guerra... si alguien le hubiera prestado atención. Pero la bomba política que esa historia representa queda en segundo plano cuando Patton Dubois (Matt Dillon), un tenaz fiscal del gobierno, interroga a Armstrong para averiguar quién le reveló la identidad de la agente. Debido al tácito código ético que sigue, la reportera se rehúsa a revelar su fuente, y es encarcelada por no cooperar con Dubois; y así el resto de la película examina la disyuntiva de la mujer, tratando de conservar su integridad periodística a costa de su seguridad personal y la unidad de su familia; y de igual modo contemplamos la actitud del gobierno, que no se detendrá ante nada para encontrar al traidor que está revelando información altamente confidencial.
Al principio de Nothing But the Truth se nos informa que la historia es ficticia; sin embargo queda claro que está inspirada en el caso real de Judith Miller, reportera del New York Times que fue encarcelada por no divulgar la fuente que denunció a Valerie Plame como agente secreto de la CIA. De hecho, nunca entendí la relevancia de esa noticia, pero la película me ayudó considerablemente a entender su significado y consecuencias.
Como sea, me atrevo a especular que el director Rod Lurie usó el caso Miller-Plame como excusa para construir una tensa historia en la que se examina la eterna disyuntiva entre seguridad nacional y libertad individual. Aunque sea fácil ponernos de parte del individuo, la película se rehúsa a darnos una fácil solución, pues es evidente que el gobierno debe proteger los secretos que quizás favorezcan a la "elite política", pero que oblicuamente también protegen a la población, que vive su diaria existencia sin darse cuenta de las desagradables decisiones requeridas para mantenerla a salvo de amenazas internas y externas.
En ese nivel Nothing But the Truth es inesperadamente honesta y real. Afortunadamente no cae en el error de reciclar el típico tema de Irak-petróleo-Bush, sino que encuentra nuevos (y a la vez eternos) temas de discusión, que cobran vida con las elocuentes actuaciones de Kate Beckinsale, Vera Farmiga (en el complicado papel de agente de la CIA) y el genial Alan Alda como un poderoso abogado contratado para liberar a la reportera. El final es simultáneamente satisfactorio y ambiguo (aunque se puede vislumbrar con cierta anticipación), y deja al criterio del espectador el veredicto del dilema ético. En resumen, esta ignorada cinta resultó ser un fascinante e inteligente thriller político con muchos niveles debajo de su dramática superficie, adornado con excelentes actores y sólida dirección de un cineasta a punto de consagrarse como una voz provocativa pero justa en el partidista y gastado cine ideológico contemporáneo. Esperemos que no pierda el valor... como otros "rebeldes" que se ablandaron con la edad.
Calificación: 9.5
Todo lo cual describe Nothing But the Truth, la más reciente cinta de Lurie, que desafortunadamente no se exhibió en cines de los Estados Unidos por problemas económicos de su distribuidor (lo cual quizás la excluyó de competencia para Óscares, Globos de Oro y demás premios cinematográficos). Con suerte, su reciente lanzamiento en DVD le dará más difusión para beneficio propio y del público, pues se trata de un fascinante relato político, libre de partidismo y con un emotivo centro humano, en el que las ambiguas políticas del gobierno norteamericano dejan de ser abstractas palabras para convertirse en tangibles situaciones que afectan la vida de muchas personas... incluso cuando no lo saben.
La trama comienza con un atentado contra el Presidente de los Estados Unidos, del que sale vivo, pero herido. La investigación posterior revela que el ataque provino de Venezuela, y se inician represalias bélicas contra ese país. Meses después, la valiente reportera Rachel Armstrong (Kate Beckinsale) escribe un provocativo artículo donde revela la identidad de una agente de la CIA que desmintió la conexión entre Venezuela y el atentado, lo cual podría haber evitado la guerra... si alguien le hubiera prestado atención. Pero la bomba política que esa historia representa queda en segundo plano cuando Patton Dubois (Matt Dillon), un tenaz fiscal del gobierno, interroga a Armstrong para averiguar quién le reveló la identidad de la agente. Debido al tácito código ético que sigue, la reportera se rehúsa a revelar su fuente, y es encarcelada por no cooperar con Dubois; y así el resto de la película examina la disyuntiva de la mujer, tratando de conservar su integridad periodística a costa de su seguridad personal y la unidad de su familia; y de igual modo contemplamos la actitud del gobierno, que no se detendrá ante nada para encontrar al traidor que está revelando información altamente confidencial.
Al principio de Nothing But the Truth se nos informa que la historia es ficticia; sin embargo queda claro que está inspirada en el caso real de Judith Miller, reportera del New York Times que fue encarcelada por no divulgar la fuente que denunció a Valerie Plame como agente secreto de la CIA. De hecho, nunca entendí la relevancia de esa noticia, pero la película me ayudó considerablemente a entender su significado y consecuencias.
Como sea, me atrevo a especular que el director Rod Lurie usó el caso Miller-Plame como excusa para construir una tensa historia en la que se examina la eterna disyuntiva entre seguridad nacional y libertad individual. Aunque sea fácil ponernos de parte del individuo, la película se rehúsa a darnos una fácil solución, pues es evidente que el gobierno debe proteger los secretos que quizás favorezcan a la "elite política", pero que oblicuamente también protegen a la población, que vive su diaria existencia sin darse cuenta de las desagradables decisiones requeridas para mantenerla a salvo de amenazas internas y externas.
En ese nivel Nothing But the Truth es inesperadamente honesta y real. Afortunadamente no cae en el error de reciclar el típico tema de Irak-petróleo-Bush, sino que encuentra nuevos (y a la vez eternos) temas de discusión, que cobran vida con las elocuentes actuaciones de Kate Beckinsale, Vera Farmiga (en el complicado papel de agente de la CIA) y el genial Alan Alda como un poderoso abogado contratado para liberar a la reportera. El final es simultáneamente satisfactorio y ambiguo (aunque se puede vislumbrar con cierta anticipación), y deja al criterio del espectador el veredicto del dilema ético. En resumen, esta ignorada cinta resultó ser un fascinante e inteligente thriller político con muchos niveles debajo de su dramática superficie, adornado con excelentes actores y sólida dirección de un cineasta a punto de consagrarse como una voz provocativa pero justa en el partidista y gastado cine ideológico contemporáneo. Esperemos que no pierda el valor... como otros "rebeldes" que se ablandaron con la edad.
Calificación: 9.5
miércoles, 17 de junio de 2009
Cine Clásico: The Dam Busters (1955)
Dejemos descansar por un momento al horror ochentero, y centremos la atención en la excelente película The Dam Busters, realizada en 1955 para narrar la hazaña combinada de científicos y pilotos británicos que idearon un descabellado pero brillante plan para destruir el suministro de agua que requería la industria bélica nazi durante la Segunda Guerra Mundial.
El argumento de The Dam Busters parecería absurdo si no estuviera basado en hechos reales: en 1942, meses antes de la incorporación de los Estados Unidos a la guerra, el Reino Unido temía que el avance nazi por Europa no se detendría en Francia. Era indispensable buscar nuevas estrategias para combatir al entonces imparable enemigo, pero al mismo tiempo los recursos del país estaban extendidos al máximo para mantener su infraestructura sin descuidar las necesidades del ejército. En ese nervioso entorno encontramos al creativo Dr. Wallis (Michael Redgrave), ingeniero y diseñador de aviones con una exótica idea sobre cómo destruir las presas nazis. Al principio de la película lo vemos haciendo experimentos en el patio de su casa, con ayuda de sus hijos y otros niños cuya labor es tomar anotaciones y buscar los proyectiles extraviados que el Doctor dispara sobre una superficie líquida. Wallis está ansioso por completar los últimos cálculos de su experimento, pues al día siguiente presentará una propuesta al comité gubernamental con poca disposición para aceptar teorías extravagantes; y la de Wallis es bastante inusual: bombas que rebotan en el agua durante cientos de metros antes de golpear las paredes de las presas, causando mayor daño del que sería posible con un bombardeo convencional.
Tomando la idea del juego infantil que consiste en lanzar piedras en una trayectoria rasante para rebotarlas en el agua, Wallis realiza todos los cálculos necesarios para duplicar ese comportamiento con bombas esféricas de cinco toneladas que deberán lanzarse a altura y velocidad muy específicas para llegar a su destino y destruir los muros de las presas que abastecen de agua las fábricas alemanas. Sobra decir que el comité rechaza en primera instancia tal idea, pero debido a la estatura de Wallis en el mundo científico, y a su diseño del popular bombardero Wellington, le conceden la oportunidad de hacer una prueba con bombas simuladas. El experimento es un exito, y el alto mando se ve obligado a admitar que hace falta una nueva estrategia para ganar terreno en la guerra, pues Gran Bretaña podría caer bajo el dominio nazi si continúan por su tradicional camino. Entonces, con los necesarios recursos a su disposición, el Doctor Wallis comienza la fabricación de las bombas. Pero ¿cómo encontrar a un piloto lo suficientemente audaz para lanzarlas?
Lo cual nos lleva al Comandante Guy Gibson (Richard Todd), quien recientemente completó una serie de peligrosos bombardeos y se dispone a disfrutar un merecido tiempo libre. Sin embargo sus planes tendrán que cambiar, pues resulta ser el mejor candidato para dirigir el escuadrón de pilotos expertos que participará en una ultra secreta misión sobre territorio Alemán. Pero no será un bombardeo común... las condiciones de vuelo y ataque son tan específicas que hará falta un extenso entrenamiento para garantizar el éxito; entonces Gibson recluta a sus mejores hombres y proceden a prepararse para cumplir los extraños requerimientos de su misión...
La historia es fascinante y, bajo la firme mano del director Michael Anderson, se desarrolla de manera fluida y simple, evitando excesos dramáticos o adornos estilísticos que la interesante trama no necesita. Anderson tiene confianza en el libreto y en el talento de sus actores, y no teme mantener un ritmo natural y metódico para hacernos partícipes de sus triunfos y fracasos. Este es el sobrio cine característico de Gran Bretaña, que contrasta fuertemente con las películas bélicas de los Estados Unidos, atrapadas desde entonces en las ultra-patrióticas fórmulas de incólumes héroes luchando por el bien, como tantas veces vimos a John Wayne, Forrest Tucker y Robert Mitchum. Por el contrario, The Dam Busters nos presenta genuinos actores (no estrellas de cine) que encarnan sus papeles con eficiencia y dignidad, prestando realismo a las concisas escenas que integran el relato. Y aunque la película ganó varios premos por efectos especiales (a pesar de sus deficientes compuestos ópticos), las secuencias de combate aéreo no opacan los más sutiles momentos de drama humano, igualmente intensos e interesantes.
Hace alrededor de diez años Mel Gibson trató de realizar un re-make de The Dam Busters; cuando fracasó el proyecto Peter Jackson adquirió los derechos y, hasta donde sé, sigue en proceso de pre-producción. Pero incluso con los más avanzados efectos digitales dudo mucho que una moderna versión alcance el mismo impacto emocional que provoca ver imágenes reales de auténticos bombarderos lanzando bombas de cinco toneladas que rebotan en el agua como canicas. Igualmente pienso que será imposible armar un elenco tan realista y sincero; como es costumbre en Hollywood, probablemente reducirán la edad de los personajes para poder contratar actores más jóvenes y comerciales. Y sin duda tendrán que eliminar algunos anacronismos poco aceptables en este nuevo siglo, como el nombre del perrito negro del Comandante Gibson: "Nigger".
Pero independientemente de ese hipotético re-make, The Dam Busters subsiste como una excelente cinta bélica cuyo realismo histórico y credibilidad narrativa excede por mucho el de sus contrapartidas norteamericanas. La historia que cuenta basta para recomendarla, y el excelente trabajo del director, elenco y personal técnico sólo confirman su valor como entretenimiento con sólidas bases dramáticas que resulta tan satisfactorio y emocionante como cualquier película moderna. Quizás más. Desafortunadamente The Dam Busters no goza de tanta fama como otras obras de la época (por ejemplo Sands of Iwo Jima o The Longest Day), pero vale la pena buscarla para disfrutar una perspectiva a la vez clásica y fresca de un conflicto lleno de héroes desconocidos, no siempre en el frente de batalla, sino en el escritorio del ingeniero, en el laboratorio del científico... y en el patio del Doctor Wallis.
Calificación: 9.5
El argumento de The Dam Busters parecería absurdo si no estuviera basado en hechos reales: en 1942, meses antes de la incorporación de los Estados Unidos a la guerra, el Reino Unido temía que el avance nazi por Europa no se detendría en Francia. Era indispensable buscar nuevas estrategias para combatir al entonces imparable enemigo, pero al mismo tiempo los recursos del país estaban extendidos al máximo para mantener su infraestructura sin descuidar las necesidades del ejército. En ese nervioso entorno encontramos al creativo Dr. Wallis (Michael Redgrave), ingeniero y diseñador de aviones con una exótica idea sobre cómo destruir las presas nazis. Al principio de la película lo vemos haciendo experimentos en el patio de su casa, con ayuda de sus hijos y otros niños cuya labor es tomar anotaciones y buscar los proyectiles extraviados que el Doctor dispara sobre una superficie líquida. Wallis está ansioso por completar los últimos cálculos de su experimento, pues al día siguiente presentará una propuesta al comité gubernamental con poca disposición para aceptar teorías extravagantes; y la de Wallis es bastante inusual: bombas que rebotan en el agua durante cientos de metros antes de golpear las paredes de las presas, causando mayor daño del que sería posible con un bombardeo convencional.
Tomando la idea del juego infantil que consiste en lanzar piedras en una trayectoria rasante para rebotarlas en el agua, Wallis realiza todos los cálculos necesarios para duplicar ese comportamiento con bombas esféricas de cinco toneladas que deberán lanzarse a altura y velocidad muy específicas para llegar a su destino y destruir los muros de las presas que abastecen de agua las fábricas alemanas. Sobra decir que el comité rechaza en primera instancia tal idea, pero debido a la estatura de Wallis en el mundo científico, y a su diseño del popular bombardero Wellington, le conceden la oportunidad de hacer una prueba con bombas simuladas. El experimento es un exito, y el alto mando se ve obligado a admitar que hace falta una nueva estrategia para ganar terreno en la guerra, pues Gran Bretaña podría caer bajo el dominio nazi si continúan por su tradicional camino. Entonces, con los necesarios recursos a su disposición, el Doctor Wallis comienza la fabricación de las bombas. Pero ¿cómo encontrar a un piloto lo suficientemente audaz para lanzarlas?
Lo cual nos lleva al Comandante Guy Gibson (Richard Todd), quien recientemente completó una serie de peligrosos bombardeos y se dispone a disfrutar un merecido tiempo libre. Sin embargo sus planes tendrán que cambiar, pues resulta ser el mejor candidato para dirigir el escuadrón de pilotos expertos que participará en una ultra secreta misión sobre territorio Alemán. Pero no será un bombardeo común... las condiciones de vuelo y ataque son tan específicas que hará falta un extenso entrenamiento para garantizar el éxito; entonces Gibson recluta a sus mejores hombres y proceden a prepararse para cumplir los extraños requerimientos de su misión...
La historia es fascinante y, bajo la firme mano del director Michael Anderson, se desarrolla de manera fluida y simple, evitando excesos dramáticos o adornos estilísticos que la interesante trama no necesita. Anderson tiene confianza en el libreto y en el talento de sus actores, y no teme mantener un ritmo natural y metódico para hacernos partícipes de sus triunfos y fracasos. Este es el sobrio cine característico de Gran Bretaña, que contrasta fuertemente con las películas bélicas de los Estados Unidos, atrapadas desde entonces en las ultra-patrióticas fórmulas de incólumes héroes luchando por el bien, como tantas veces vimos a John Wayne, Forrest Tucker y Robert Mitchum. Por el contrario, The Dam Busters nos presenta genuinos actores (no estrellas de cine) que encarnan sus papeles con eficiencia y dignidad, prestando realismo a las concisas escenas que integran el relato. Y aunque la película ganó varios premos por efectos especiales (a pesar de sus deficientes compuestos ópticos), las secuencias de combate aéreo no opacan los más sutiles momentos de drama humano, igualmente intensos e interesantes.
Hace alrededor de diez años Mel Gibson trató de realizar un re-make de The Dam Busters; cuando fracasó el proyecto Peter Jackson adquirió los derechos y, hasta donde sé, sigue en proceso de pre-producción. Pero incluso con los más avanzados efectos digitales dudo mucho que una moderna versión alcance el mismo impacto emocional que provoca ver imágenes reales de auténticos bombarderos lanzando bombas de cinco toneladas que rebotan en el agua como canicas. Igualmente pienso que será imposible armar un elenco tan realista y sincero; como es costumbre en Hollywood, probablemente reducirán la edad de los personajes para poder contratar actores más jóvenes y comerciales. Y sin duda tendrán que eliminar algunos anacronismos poco aceptables en este nuevo siglo, como el nombre del perrito negro del Comandante Gibson: "Nigger".
Pero independientemente de ese hipotético re-make, The Dam Busters subsiste como una excelente cinta bélica cuyo realismo histórico y credibilidad narrativa excede por mucho el de sus contrapartidas norteamericanas. La historia que cuenta basta para recomendarla, y el excelente trabajo del director, elenco y personal técnico sólo confirman su valor como entretenimiento con sólidas bases dramáticas que resulta tan satisfactorio y emocionante como cualquier película moderna. Quizás más. Desafortunadamente The Dam Busters no goza de tanta fama como otras obras de la época (por ejemplo Sands of Iwo Jima o The Longest Day), pero vale la pena buscarla para disfrutar una perspectiva a la vez clásica y fresca de un conflicto lleno de héroes desconocidos, no siempre en el frente de batalla, sino en el escritorio del ingeniero, en el laboratorio del científico... y en el patio del Doctor Wallis.
Calificación: 9.5